Una charla con Cristina Candela
- entretmasrevistadi
- 25 abr
- 6 Min. de lectura
Nilton Maa

La escena neoyorquina acoge a intérpretes de múltiples latitudes, cada uno con expresiones significativas que reflejan la complejidad interna de una sociedad construida con la pasión de quienes desean dejar una huella indeleble en el inconsciente colectivo. Cristina Candela es una de estas figuras. Originaria de Madrid, España, ha tendido un puente entre el movimiento interno y externo a través del flamenco y la poesía.
Así lo demuestra en sus múltiples presentaciones y colaboraciones con destacados artistas del mundo de la música y la palabra. No es raro encontrarse frente a un escenario mientras ella interpreta el movimiento tradicional de la danza andaluza en espacios conocidos como La Nacional, Terraza 7 o Teatro Latea, al mismo tiempo en que recita poemas en el mítico Bowery Poetry Club. Ambas disciplinas artísticas emergen de lo más profundo de una sensibilidad que se reencuentra con lo social, lo íntimo y el dolor.
En esta entrevista, a propósito de su próxima presentación en el New York Poetry Festival, uno de los eventos poéticos más importantes de la ciudad de Nueva York, nos acercamos a la voz y al movimiento de una artista que, además de desnudar el alma con la autenticidad de su palabra, nos conquista con el exquisito conocimiento de una tradición que perdura a través de la música. Acompáñennos a conocer más de cerca de esta artista multidisciplinaria, que destaca por esa sensibilidad única que define a quienes están destinados a hacer historia.

Cristina, tu propuesta artística entrelaza la raíz profunda del flamenco con la delicadeza de la palabra poética. ¿Cómo dialogan en tu cuerpo lo tradicional del baile andaluz con lo íntimo y revelador de la poesía?
La palabra poética es un concepto que no concibo como tal. Para mí, la poesía es una forma de mirar el mundo que nos rodea y también quiénes somos por dentro. Después, se trata de elegir qué herramienta usar para expresar lo observado, y el flamenco, al igual que la palabra, es un lenguaje; con lo que, al final, todo es lo mismo. Puedo bailar flamenco dentro del marco tradicional o puedo usar ese lenguaje en otros contextos. Igual pasa con las palabras: pueden bastarse solas, escritas en un papel, o ir a modo de subtítulo en una carta fílmica, acompañadas de imágenes, ser interpretadas al recitar.
Pueden ser dichas o bailadas, según el momento, o aun tener un solo significado.
Hay veces que, estando en el estudio improvisando, una música o un movimiento determinado me han llevado a una idea y me he tenido que sentar a escribirla. O al revés. El principio para cualquier proyecto de baile, según yo, es anotar las ideas, referentes, imágenes en un cuaderno. Algunas de esas notas son poesías que hoy están impresas en mi libro.
La escritura y el baile son partes de un mismo universo: son imagen, ritmo y emoción. La poesía está ahí, en el espacio donde no se ve. Se trata de conectar y hacerla tangible. Ahí está el trabajo: en cultivar y mantener la conexión. Desde pequeña me daba cuenta de que las explicaciones racionales que los mayores daban tratando de enseñarte el mundo no me interesaban. Nunca se fijaban en lo importante. Recuerdo que mi vecinita, desde pequeñas, quería ser doctora de mayor; a ella le encantaba la ciencia y entender el funcionamiento de las cosas. Y yo le decía: “Tú y yo no vemos un árbol igual. Yo me fijo en los dibujos que hacen las hojas con el viento, y tú solo estás pensando qué tiene por dentro”. Vaya que era una intensa desde pequeña.
Interpretar el flamenco en una ciudad como Nueva York implica confrontar lo propio con lo ajeno. ¿Cuáles han sido los desafíos artísticos y emocionales que has enfrentado al traducir una tradición tan cargada de identidad a un contexto multicultural y vertiginoso como este?
Bueno, supongo que el mayor desafío es serte fiel a ti misma y no escuchar demasiado lo que los demás esperan de ti. El arte, a no ser que use la palabra, si es bueno, no debería tener que traducirse; al fin y al cabo, nace de un cuerpo emocional y va dirigido a otro cuerpo emocional. Aunque cada quien sea diferente, todas sentimos. De ahí eso que dicen de que el arte no tiene fronteras.
Es más, creo que si se traduce, si el arte se facilita para llegar al público, se convierte en un objeto para ser consumido.Y esa es la maldición que ha sufrido el arte flamenco: una mala traducción o una manipulación que ha hecho que mucha gente confunda un arte vivo, complejo y único con una atracción turística.
Pero eso es un melón muy grande que hoy no abriremos.
Desde tu llegada a Nueva York, ¿cómo ha evolucionado tu forma de crear? ¿Qué encuentros, colaboraciones o momentos han marcado tu experiencia en esta ciudad que también vibra con tantas voces migrantes y poéticas?
Esta ciudad te inspira todo el rato, solo con salir a la calle y ver lo viva que está su gente, la abertura a lo nuevo, las ganas de vivir y experienciar… Además, tengo la suerte de relacionarme con artistas que admiro en un montón de disciplinas diferentes.
En poesía, por ejemplo, diría que sentirme parte de un colectivo como el que se genera en los open mics de Bowery me ha dado mucha fuerza, confianza, y a la vez me ha hecho crecer muy rápido al estar expuesta a tantas voces tan diferentes, discursos potentes y heterogéneos, como lo es la población migrante de esta ciudad.
No creo que aún haya integrado todo lo que estoy viviendo, pero ahí vamos, poquito a poco.
En tu trabajo hay un cuerpo que grita y una palabra que danza. ¿Crees que el público neoyorquino logra captar esa dimensión dual de tu arte? ¿Qué tipo de conexión emocional o simbólica buscas generar cuando estás en escena?
Sí, es verdad que mi cuerpo grita a veces cuando bailo, jajaja. Soy muy intensa, es lo que hay. Pero, a la vez, me siento muy atraída por la belleza, la estética. La diferencia entre el baile y la palabra escrita, en mi experiencia, es la posibilidad de releerte, de limarte, que te da el texto.
En el estudio, cuando bailo, mi baile es más delicado, pero luego, en el escenario, no se puede mentir: una sale a darlo todo y, claro, te vienes arriba.
Busco estar en presencia completa, conectada con mi yo más verdadero de ese momento. Eliminar las interferencias de la mente dispersa y caótica que cargo en el día a día, de las emociones pasajeras. Busco quitarme capas para enseñar quién soy. Eso sí, sin desconectar de lo que está pasando. Todo se basa en conectar con el cante y la guitarra desde un lugar donde no haya juicio ni proyección.
Eso no pasa siempre, pero cuando pasa es una maravilla: nosotros gozamos y el público también.
Más allá del aplauso o la escena, ¿cuál es la huella que deseas dejar en la sociedad neoyorquina con tu arte?
Uy, jajaja, no pienso mucho en huellas todavía, estoy recién aterrizando. Supongo que me bastaría con que alguien, al leerme, sintiera la invitación a parar y a escuchar su alrededor desde otro lado… No sé, pregunta difícil, jajaja.
¿Cómo imaginas que tu legado puede contribuir a una memoria colectiva donde la poesía y el flamenco se abracen como formas vivas de resistencia y belleza?
Ojalá fuera como dices. Sinceramente, creo que hay tanta gente haciendo arte o contenido ahora mismo, tanta información en las cabecitas, que no concibo que nada vaya a trascender. Sí que transciendan las formas y las ganas, pero la obra personal, ¿mi nombre?... ¿pa’ qué?

Biografía
Cristina Candela es una bailaora de flamenco nacida en Madrid. Ha actuado en tablaos como Tarantos o el Palacio del Flamenco en Barcelona, y en escenarios internacionales como La Venta del Toro en Estambul, El Cortijo en Alemania y Terraza 7 en Nueva York. También ha participado en festivales como el Gstaad Yehudi Menuhin Festival (Suiza) y el Festival Internacional de Flamenco de Ankara (Turquía). Actualmente reside en NYC, donde desarrolla proyectos tanto de flamenco tradicional como de fusión con jazz y música cubana.
Como cineasta, su trabajo se centra en videopoemas y videodanzas, con proyecciones en festivales como el Miami Screendance Fest y el Festival de Cine Danza di Modena. En septiembre de 2023 publicó su primer poemario, La piel no es frontera, con la editorial Talón de Aquiles (Barcelona).
En Nueva York es habitual verla participar en espacios de poesía como el open mic "Se buscan poetas" en el Bowery Poetry Club.
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