En esta entrega, la reconocida narradora argentina María Teresa Andruetto nos ofrece dos relatos de su columna radial “Gente conmigo”, titulados: “Maestros” y “Migrantes”, en los que aborda el tema de las prisiones y la pena de muerte, en el primero, y el de las migraciones, en el segundo texto.
“Gente conmigo” es una columna radial que se emite semanalmente en el programa Nada del otro mundo, conducido por Cristian Maldonado en la 102.3 FM, Nuestra Radio, Córdoba, Argentina. En esta columna, Tere rescata historias de vida y las comparte con el público oyente. Algunos de los ejes de su obra son la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura en su país y el universo femenino, entre otros temas de la realidad social y política de su país y el mundo.
Maestros
Un maestro
Uriel Casella es profesor en una escuela llamada Agustín Tosco, que funciona dentro de una cárcel en Ituzaingó. Empezamos a comunicarnos hace unos años, porque en el trabajo semanal con sus alumnos, todos ellos jóvenes presos por conflictos con la ley, me compartió un video con una obra de títeres sobre la base de mi cuento “Solgo”, cuyo guion, muñecos, voces y filmación habían hecho en clase como regalo de Navidad desde la prisión para sus hijos (muchos de ellos tienen hijos) parejas o padres.
A esas clases Uriel agrega un proyecto de comunicación y creatividad en las redes llamado Barrilete Viajero del Oeste donde, me dice, no hacemos ninguna referencia a la cárcel porque muchos tienen hijos pequeños que no saben que sus padres están privados de Libertad. En el ida y vuelta de estos años, con él y sus alumnos, me llegaron obras de teatro, canciones de cuna, esculturas en papel, fotos de familiares viendo en las pantallas fuera de la cárcel lo que ellos hicieron tras las rejas y también material teórico sobre la vida de los privados de libertad. Entre ellos, un video donde la perito Sofia Tiscornia expone ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre las consecuencias de la prisión a perpetuidad en la vida de jóvenes en un caso que implica a jóvenes de esa escuela donde Uriel da clases. Como bien saben los señores jueces, dice Tiscornia, los humanos somos seres situados en el mundo y los actos deben juzgarse también en contextos históricos concretos. Estos jóvenes iniciaron su adolescencia en la década del noventa, época de despidos masivos y de la pérdida de trabajo como eje ordenador de la vida barrial y familiar por el desmantelamiento de contención del Estado. Este contexto de instalación de la precariedad impide en los sectores pobres organizar un tipo de vida estable que habilite la construcción de una identidad laboral, así como la formación de un oficio y un proyecto de vida. Las historias de los condenados así lo muestran. Las condenas, luego de procesos judiciales en los que ellos o sus familias poco o nada han podido participar, les imponen, entonces sí, un proyecto de vida, pero de una vida que supone la oclusión de toda autonomía y dignidad. Así comienza un proceso en que los jóvenes van dejando de ser personas para ser solo cuerpos que, si pueden, resisten. Estas formas escandalosas de castigo van convirtiendo a seres humanos en cosas y van al mismo tiempo alimentando el mercado de la inseguridad porque ¿qué puede hacer un joven en estas circunstancias?, enloquecer, enajenarse o puede si no, asumir esa identidad que los tribunales y las penitenciarías van creando a través del castigo sistemático. Ser un delincuente. Ser la cárcel. Lamentablemente no es poca la responsabilidad de jueces y tribunales en cómo se transforma a las personas en meros cuerpos castigados. Cuando no se tiene nada que hacer, cuando se ha despreciado lo que uno puede hacer, solo queda aquello que se ha hecho. Los únicos que los nombran de un modo diferente al modo en que la prisión y los tribunales los han nombrado, son los afectos, y con eso logran, algunas veces, crear un deseo de ser aquella otra cosa que esos afectos esperan de ellos.
Un exverdugo
Allen Ault trabajó años supervisando ejecuciones para el Estado de Georgia, Estados Unidos. Todavía tengo pesadillas, dice en un set de televisión. La pena de muerte es la forma más premeditada de asesinato que uno se pueda imaginar y se queda en la psiquis para siempre. Ault administró el castigo máximo (silla eléctrica) en cinco ocasiones. Comenzó con un ascenso. Era un psicólogo que trabajaba en el centro de diagnosis del servicio de prisiones de Georgia. El centro fue elegido para alojar la cámara de ejecuciones del Estado y Ault se convirtió en su director. Sin haber nunca examinado sus sentimientos sobre la pena capital, quedó encargado de la máquina de la muerte. En el caso de Georgia, una silla eléctrica. Cada vez supe que había matado a otro ser humano, dice quien dejó su cargo en 1995. Desde entonces, recibe tratamiento psicológico para tratar de manejar su abrumante sentimiento de culpa. Y también, desde entonces, se convirtió en activista de alto perfil contra la pena de muerte. Hoy un puñado de antiguos guardas del corredor de la muerte y directores de correccionales se han unido a su campaña, aunque las encuestas de opinión indican que la mayoría de los estadounidenses todavía creen en la utilidad y justicia de matar a culpables de ciertos crímenes.
Otro maestro
Comencé hablando de un profesor de una escuela en una cárcel y voy a cerrar con otro profesor, en este caso el escritor patagónico Ariel Williams, profesor en una escuela secundaria de Puerto Madryn. Dice Ariel que, hace unos días, realizó con sus alumnos de cuarto año de secundaria un debate. Ellos venían proponiéndole desde hacía tiempo el tema de la pena de muerte, y, aunque a él le angustiaba llevar ese debate al aula, finalmente aceptó. La gran mayoría de los chicos estaba a favor de la pena de muerte. Como casi no había estudiantes que se opusieran, para equilibrar pidió a algunos alumnos que estaban a favor que aceptaran pasarse al otro bando. Resulta que uno de sus integrantes tuvo un desempeño destacadísimo en las discusiones, dice, criticando la posición mayoritaria y dando argumentos contundentes. Entre una etapa y otra del debate, el profesor les hizo ver una entrevista que Morgan Freeman le hace a un exverdugo que ahora milita en contra de la pena de muerte (incluida en uno de los capítulos de la serie documental La historia de Dios, que se puede ver en Netflix). Después, la discusión continuó. Como cierre, les pedí a los alumnos que cada uno escribiera sus conclusiones, dice. Bien, el resultado del debate es que todos ahora se oponen a la pena de muerte.
Como dijo el gran Guimaraes Rosa, Maestro no es quien siempre enseña sino quien de repente aprende.
Migrar
Una mujer de mediana edad que se ha ido del país por razones económicas pone en las redes, por fin un sábado sin trabajar / Migrar, ¡ni se les ocurra!
Migrar
Dejar [una persona] su lugar de residencia para establecerse temporal o definitivamente en otro país o región. Dejar [los animales] un lugar para dirigirse a otro de condiciones climáticas más propicias a su especie. En un país como el nuestro al que llegaron tantos migrantes desde Latinoamérica, Europa, medio oriente y el oriente lejano sobredimensionamos lo bien que les fue a todos en -como solía decirse- este país de leche y miel, pero las cifras hablan de que casi la mitad de esos migrantes no pudieron salir de la pobreza. Esa condición, ese deseo de salir de pobres a cualquier precio, razón por la que habían llegado, entró en nuestra idiosincrasia, alimentó las letras de los tangos. Como muestra, van unas líneas del espléndido “Pipistrela” que, con letra de Fernando Ochoa, inmortalizó Tita Merello:
Er' botón de la esquina de casa
Cuando salgo a barrera la vedera
Me se acerca el canalla y me dice
¡Pipistrela!
¡Pipistrela!
Tengo un coso ar mercau que me mira
Es un tano engrupido'e crioyo
Yo le pongo lo ojo pa' arriba
Y endemientra le afano un repoyo
…
Ya estoy seca, de tantos mucamos
Cocineros, botones y juardas
Yo quisiera tener mucho vento
Pa'comprarme sombrero, zapato
Aniaparme algún coso del centro
Pa' largar esta manga de patos.
La Organización Internacional de la Migración estima que en el mundo hay 258 millones de inmigrantes, casi un 4 % del total de la humanidad. El número de personas que huye de la guerra, la persecución y los conflictos superó los 70 millones en 2018, según el último informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Migrantes es un libro álbum de la artista peruana Issa Watanabe que, sin palabras, narra con imágenes el viaje de un grupo de animales que deja atrás un bosque que ha perdido las hojas. Es la historia de una gran y única migración, un periplo de incertidumbre donde conviven la muerte y la esperanza. Construido exclusivamente con ilustraciones hechas con lápices de colores, Migrantes muestra un grupo de animales en diáspora. Jirafas, conejos, leones, aves van uno tras de otro, llevando valijas diminutas, abrigos, cacharros para cocinar ahí donde los encuentre la noche. Junto a los más grandes van los más pequeños, dando pasitos o envueltos en mantas. Una cabra abriga a un pichón de pájaro, un elefante toma de la mano a un sapo como familia que ya son, unidos por el desarraigo. Caminan con lo puesto, avanzan como un grupo compacto pero frágil, profundamente humano. ¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde van? ¿Están huyendo? ¿De qué, de quiénes? Todo empezó -dice Issa- cuando en 2017 vio de casualidad una serie de imágenes del fotógrafo Magnus Wennman llamada Donde duermen los niños, una serie de retratos a infancias que él tomó tras el estallido de la guerra en Siria, en cinco países diferentes. Fue encontrando a esos niños en campos de refugiados o en asentamientos precarios. Son imágenes sobre todo de las miradas, de los ojos de esos migrantes.
La guerra en Siria lleva, además de los muertos, más de dos millones de niños tratando de huir del horror. Magnus Wennman ha conocido a niños extrañando su cama, su muñeca, niños soñando que la almohada no es su enemigo. Las fotos son conmovedoras. Una niña de 5 años duerme sobre el pasto en un lugar de Serbia. Abandonó su casa en Bagdad cuando una bomba lo cambió todo, por suerte cayó cuando la familia iba a comprar comida. Tras dos intentos de cruzar el mar desde Turquía en un bote de goma, consiguieron llegar a la frontera cerrada de Hungría. Un niño de seis solo llora a veces por las tardes, dice su tío, quien cuida de él desde que asesinaran a su padre en Deir ez-Zor. Ralia y Rahaf, de 7 y 13 años, viven desde hace un año en las calles de Beirut, provienen de Damasco, donde una granada mató a su madre y a su hermano.
Fuera de cierta atención mediática que suele prestarse a los refugiados por conflictos bélicos o migrantes por razones económicas, los migrantes ambientales son ignorados, ya sea que se muevan dentro de un mismo Estado o atraviesen fronteras. La desertización, la sobreexplotación de las aguas de riego, la deforestación, los fenómenos meteorológicos extremos fruto del cambio climático, los impactos de las armas químicas utilizadas en las guerras, el depósito de residuos tóxicos o las pruebas nucleares son algunas causas de destrucción ambiental; todas ellas asociadas al actual modelo de explotación de recursos. Más de 200 millones de personas cada año se ven expuestas a desastres naturales consecuencia del cambio climático, del cual no son causantes, pero sí las víctimas principales. En 2022 esos desastres provocaron 32,6 millones de nuevos desplazamientos, lo que supone la cifra más alta en una década.
Cierro con una frase del director de cine griego Theo Angelopoulos: ¿Cuántas fronteras se han de cruzar para llegar a casa?
Biografía
María Teresa Andruetto
(Aº Cabral, Argentina, 1954). Ha publicado novelas, ensayos, libros de cuentos, poemarios y libros para niños. Desde hace cuarenta años interviene de diversos modos en la construcción de una sociedad lectora. Obtuvo, entre otros, los premios Fondo Nacional de las Artes, Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM, Premio Cultura Universidad Nacional de Córdoba, Premio Hans Christian Andersen 2012, Konex de Platino, Premio Trayectoria en Letras del Fondo Nacional de las Artes 2020, Pregonero de Honor de la FIL/Buenos Aires y Amiga de las Bibliotecas Populares. Fue jurado, entre otros, de los premios novela Medife y Sara Gallardo, del Premio Storni de poesía y representante de los artistas en el Reconocimiento al Mérito a artistas de la provincia de Córdoba. Entre sus últimos libros se encuentran el libro álbum Clara y el hombre en la ventana (Limonero), el álbum para adultos El vestido (Diego Pun ediciones), la novela Aldao (Literaturas Penguinrandomhouse) y la biografía de lecturas Una lectora de provincia (Ampersand). Codirige una colección de revalorización de narradoras argentinas olvidadas en la Editorial Universitaria EDUVIM, y cada semana comparte una breve historia desde la radio de la Universidad Nacional de Córdoba.