ENTREVISTA
Por Melvyn Aguilar
"SALIMOS DEL CEMENTERIO MARINO Y…”
…Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
No concibo la obra al margen de la vida…
A. Artaud
ENTRE EL LOBBY Y LA ANTESALA
Ochenta y siete doble cero sesenta y seis es el código numérico que me acreditaba y aún me acredita como perenne estudiante de la UCR, así son las cosas querido poeta, qué puedo decir. Traigo a colación este hecho, probablemente insignificante para el resto de los mortales, tan solo porque estoy a punto de entablar una suerte de conversación con quien y a quien creo poder llamar amigo. Se trata de Guillermo Acuña González, a quien de cariño llamamos Memo y con el cual crucé camino en los años ochenta, más precisamente en la postrimería de aquella década, alocada, algo desahogada –no tanto como queríamos–, pero de algún modo libre y fresca, probablemente por estar recién dislocada de los setenta, por lo que aún en aquellos años mantenía algo de sus fermentos y combustiones.
Fue probablemente en un salón de clase del tercer nivel de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica donde, aún imberbes, recibíamos juntos algún cursillo iniciático de la carrera de Sociología. Recuerdo bien a Memo porque siempre me llamó la atención su modo afable, educado y gentil de tratar al prójimo. Hago memoria, rebobino algunas imágenes y lo veo atravesar con cierta premura, pero, aun así, parsimoniosamente, la plazoleta 24 de Abril, probablemente en búsqueda del autobús que abordaría frente al edificio Saprissa para desplazarse a su querida Heredia. Lo veo o, mejor dicho, lo imagino sentado apacible en la vieja cafetería dispuesta a un costado –creo que de la entrada orientada al este de la Araña Metálica que fuese nuestra facultad– tomándose una taza de café bajo el arrullo de los bambúes irrigados por la quebrada “Los Negritos”. Lo imagino con sus ojos clavados en unas copias de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber o releyendo la “tesis 11” sobre Feuerbach. Lo recuerdo o lo sospecho deambulando meditativo por la “Calle Cáustica”, ahora mal llamada “Calle de la Amargura”, decidiendo ir a saborear alguna bebida en La Villa, en Taurus, o por qué no en aquel bar que solíamos llamar Colegio de Antropólogos y Sociólogos “BAR COPAS”, que en ocasiones frecuentábamos para degustar aquello que solíamos nombrar “carne con monte”.


Traslado estos recuerdos porque pensar en Memo me lleva a aquella época en que casi, casi, éramos felices entre cangrejos y panes de canela, o realizando incursiones románticas y apasionadas a la mítica librería Macondo, regenteada por aquel viejo sabio Dante Polimeni, para luego, si la cosa andaba más o menos bien y nos quedaba algo de la beca 11, optar por un emparedado y un café con leche en la soda Guevara o en la Mafalda. Pero la verdad sea dicha, fueron pocas las ocasiones en aquel tiempo de universidad y apuros que Guillermo y yo departimos a fondo, a lo sumo mantuvimos algunas conversaciones casuales sobre esto o aquello, o intercambiamos algunas notas entre los oscuros pasillos de la facultad antes de un examen de fin de semestre.

Los años pasaron y de cuando en cuando tenía noticias del querido Acuña.
Fue tarde que yo me enteré de que Memo “padecía” del gusto por la poesía, de hecho, no lo vi en el encuentro nacional de poetas jóvenes a inicios de los noventa. Tengo ahora mismo la fotografía de aquella reunión en mis manos y no lo ubico en el recuadro. Ahí estaba toda o casi toda la fauna poética de aquel tiempo: William Flores, Minor Piedra Alfaro, Gerardo Cerdas, Cristian Marcelo, Germán Hernández, David Mariadaga, Jorge Ramírez, Mauricio Molina, Diego Montero, Ismene Sáenz, Natalia Esquivel, Mertixell Serrrano, Xinia Quintero, Esteban Ureña, Fuller, entre muchos más. Pero no Memo. Sería más adelante cuando, colaborando con la Editorial Arboleda, llegara a mis manos las artes finales de un libro titulado Programa de Mano que para mi sorpresa era de Guillermo Acuña, el cual tuve que imprimir en una vieja, pero prolija, duplicadora digital Ricoh Dx 2430, para luego compaginar la totalidad de aquella edición junto al querido poeta salvadoreño, radicado en Costa Rica, Américo Ochoa. Más tarde, por supuesto, nos encontraríamos en la presentación de este poemario en el Centro Cultural Mexicano –creo recordar– a cargo del poeta Mauricio Molina y de su editor Leonardo Villegas.

Del 2008 hacia delante nos encontraríamos con Guillermo en algunas lecturas. Una de ellas, y creo la primera juntos, en la librería Lehmann, otra, organizada por el poeta nicaragüense Carlos Calero, en el viejo Saint Clare School y en algunos recitales fuera del país como en Chinandega, Nicaragua, en el 2013, donde asistimos junto a una numerosa delegación de poetas (Karla Sterloff, Joan Bernal, Luissiana Naranjo, Ana Beatriz Fernández, Angélica Murillo, Carlos Calero, entre otros). Por cierto, encuentro célebre donde recuerdo con alegría la toma bohemia y pacífica que hiciéramos del mítico y rústico “Mondongazo”. Más adelante nos volveríamos a reunir a propósito del Festival Amada Libertad en una actividad dada en la Alianza Francesa de El Salvador, país desde donde ahora escribo estas líneas.

La última vez que tuve la oportunidad de platicar con el poeta fue cuando generosamente me invitó a participar de lo que fuese la entrega #112 del programa Zona de Recarga. Ahora, invirtiendo de algún modo los roles de aquella ocasión, me dispongo a preparar una batería de preguntas para conversar con el poeta y amigo.
No sé bien por qué me enteré tarde de la vena poética de Memo. Conocía de su afición por el teatro, pero por alguna razón no me di cuenta, o me di cuenta tarde, por ejemplo, de que fue integrante del “Taller de Literatura Activa Eunice Odio”. Extraño, pues yo conocía bien al grueso de sus miembros: Armando Antonio Sacal, Alexander Obando, Mauricio Molina, Mertixell Serrrano, Esteban Ureña. En fin, cosas que suceden, bucles espacio-temporales donde en ocasiones nos perdemos. En todo caso, tendré ahora la oportunidad de platicar con el poeta y con suerte disipar este y otros enigmas.
“De alguna
manera
fui como una especie de bisagra que se instaló entre ambos
momentos,
para abrir, y
cerrar
la puerta”.
PRIMERA TRUCADA
P/MA/ Estimado Guillermo, quisiera empezar solicitándote que hagas un ejercicio, tal vez no acercándonos tanto a las técnicas del poeta Simónides, pero sí intentando algo de memoria olfativa. Algo así como cuando en Vostok “oías el frío”, pero desde otro sentido. Dicho esto, te pregunto: ¿A qué olía la 24 de Abril, tal vez, solo tal vez en un mayo luminoso y cualquiera de los ochenta?
R/GA/ Querido Melvyn. Me llevás de la mano y de la memoria a un lugar feliz, un espacio vital. A muchas cosas olía esa plaza. Una mezcla de sensaciones, tal vez salpicada por la existencia de esa vieja sodita al pie de los bambús, como bien decís en la introducción. A cigarro constante. Recordá que por aquel tiempo las prohibiciones todavía no nos alcanzaban y fumar era un acto devocional. En las sodas dentro y fuera de la U, se conseguían cigarros sueltos como conseguir confites de menta. A los fumadores nos sentaban en unas bancas al fondo de los salones en una especie de “zona de tolerancia”, cosa que nunca entendí, pues era tanto y tan espeso el humo que toda la clase terminaba impregnada de esos olores, que se iban esparciendo por los pasillos y que tomaban la 24 de Abril quizá luego de un fuerte aguacero de esos que caían en mayo. Olía a organización estudiantil. Uno de los recuerdos más felices que tengo de mi paso por la universidad es haber coincidido en tiempo y forma con la generación que decidió enfrentar los embates de las primeras políticas neoliberales, recortistas y regresivas, que se pretendían aplicar por un triste y desencajado Ministro de Hacienda. Esos días eran días de marchas multitudinarias hacia San José, paro activo, confección de carteles y permanentes actos culturales en esa plaza. Recuerdo haber participado con los amigos del “Eunice Odio” en una lectura, en la pequeña tarima colocada en la boca del viejo edificio de Ciencias Sociales. No recuerdo qué leí yo, pero sí tengo vívida en mi memoria amplificada la lectura que hizo esa noche de "Preguntas de un obrero que lee", de Bertold Brecht, el querido poeta Gabriel Sánchez, sociólogo, trabajador incansable del Instituto Costarricense de Electricidad. Ese día la plaza olía a poesía. También al amor. Éramos una generación que para nada estaba perdida. Alli nos encontrábamos listos para el beso, para la lectura, la consigna.
P/MA/ Guillermo, vos sos modelo “69”. En teoría, según el poeta, investigador y crítico literario Cristian Marcelo Sánchez, tú perteneces a la generación que se ubica en lo que denomina la II Postvanguardia-Transvanguardia (1955-1969). En esta clasificación podemos inventariar a más de 60 voces de la poesía costarricense, empezando por la poeta Cristy Van Der Laat, de 1955 y terminando con Rocío Mylene Ramírez, de 1969. En medio de estos extremos del abanico generacional podemos mencionar, por ejemplo, a Armando Antonio Ssacal a Edmundo Retana y a Milton Zarate del 1956; a Macarena Barahona y a Habib Succar del 57; a Adriano Corrales, Alexander Obando del 58; a un Henry López y a un Faustino Desinach del 59; a Ana Istarú y a Minor Piedra del 60; a un Jorge Arturo en el 61. Para el 62 podemos mencionar a Guillermo Fernández, Carlos Cortés, José María Zonta; en el 63 a un Eugenio Redondo; en el 64 a Nidia González y para el 65 a D’lia Mc Donald, Shirley Campbell Barr y Frank Rufino; del 66 a su servidor, así como también a Alí Víquez, Orlando G. Brealy, Paúl Benavides; del 67 podemos distinguir a Mauricio Molina; y del 68 a un Carlos Villalobos, a Luissiana Naranjo, a David Maradiaga y a Patrick Cotter. Para el 69, que es tu año, encontramos además de la ya mencionada Mylene Ramírez, a Luis Chaves y a Meritxell Serrano. Como verás Guillermo, hablamos de un gran y variado espectro de voces y registros condensados en una década, y en donde encontramos distintas vertientes o rasgos que apuntalan estas propuestas, tales como: el realismo social, la antipoesía, el trascendentalismo, el culturalismo, el realismo sucio. Entonces Memo, preguntarte: ¿Qué percepción general tienes de la poética creada en esta década? ¿Qué rasgos y búsquedas disciernes en los registros de esta promoción? Y de estos, ¿cuáles podríamos encontrar como primeras influencias en tu poética?
R/GA/ Empiezo por el final de tu ejercicio. Creo sin lugar a dudas que haber llegado al “Taller de Poesía Activa Eunice Odio” fue un punto de quiebre para mi trabajo. Llegué de la forma menos “tradicional” posible. Escuché un recital que hicieron en la soda de Letras de la Universidad de Costa Rica. Recuerdo haber oído a Mauricio Molina, a un poeta maravilloso llamado Gustavo Induni, al enigmático “Alquez”, quien leía desde una libreta de mano que iba desplegando como una escalera. Recuerdo haberme maravillado con sus voces. Una querida amiga, quien me pidió la acompañara a esa lectura, me diría luego que intentara hablar con ellos para asistir a sus reuniones. Lo hice. Me abrió la puerta del viejo Alforja, ese otro lugar de recuerdos y evocaciones, el querido y recordado amigo Julio Acuña. Su saludo y abrazo fue tan afable, su ofrecimiento para un café, sentarme a la mesa a esperar a que los demás llegaran. Y fueron llegando: Gabriel, Melania, Esteban, Gustavo, Izmene, Michel, Alexander, Mauricio, Meritxell. Y empezaron para mí esas hermosas noches de viernes, escuchando las discusiones, sus voces, viendo la caligrafía en pluma de Alexander, entendiendo y sintiendo el portento poético de Julio, escuchando la voz suave de Melania. Por allí, en el espacio profundo del material sensible que uno suele guardar, todavía tengo los escritos con correcciones, anotaciones al margen, comentarios. Lo que digo es que definivamente llegué a un colectivo que de alguna manera me dio las instrucciones precisas para entrar a este otro país maravilloso que es la poesía.
Ahora bien. Para mí el taller fue punto y aparte. Antes que identificar una poética generacional, quisiera señalar que haber compartido durante mucho tiempo en el taller de creación literaria del Conservatorio de Castella con Osvaldo Sauma fue fundamental en mi vida. Alli escuché a la primera María Montero, a Leo Villegas. Tuve el inmenso privilegio de oír los primeros pasos poéticos de Shirley Campbell. Creo que la influencia de Cortázar que Osvaldo nos inculcó, de alguna manera se quedó en algo de mi escritura. Ya luego entendí que formaba parte de una generación. Por ejemplo, a Luis Chaves lo ubicaba más como herediano del Barrio El Carmen, que como poeta. A Meritxell la conocí en el “Eunice”. En fin, de todos ellos aprendí un poco y me quedaron parte de sus pensamientos, inquietudes, cajas de herramientas para escribir.
No sé si en ese recuento que haces, Melvyn, sea posible incluir la dinámica de los colectivos de entonces. Estábamos los del “Eunice” (su etapa de cierre de la que formé parte), los de "Octubre Alfil 4", los "Hechos y Palabras", los del "Taller de Chico Zúñiga", con los que recuerdo haber coincidido algunas noches en el Parque Morazán. Eran esos tiempos de mucha provocación colectiva, sin internet ni redes sociales, pero todos sabíamos llegar a los lugares precisos para construirnos de esa manera.
P/MA/ Guillermo, en el año 2008, como ya hemos mencionado, aparece Programa de mano. En este mismo año también se publican otros poemarios como La vida de las cosas, de Luis Fernando Gómez; Para no pensar, de Ricardo Marín; Carpintería, de Esteban Chinchilla; De tinta en alta voz, de Bernardo Corrales; Preguntar el aire, de Byron Espinoza; En el otro patio, de María Morales. ¿Encuentras algunas similitudes temáticas entre estos títulos y tus hallazgos en Programa de mano? Por otra parte, podrías contarnos algo de tu libro en particular. ¿Cuáles son los detonantes de este libro? ¿Sientes que se distancia de otras propuestas que sugerían en aquel momento o consideras que se ajusta a lo que los autores de finales de la primera década del siglo XXI estaban proponiendo estética y temáticamente en el ecosistema poético costarricense?
R/GA/ Esta es una manera de hacerle un homenaje a ese libro, al cual visito ya poco, pero es mi querido primer intento. Un libro que , desde su título, atiende y expresa mi conexión con las tablas. Programa de Mano fue un ejercicio de lectura hacia atrás donde aparecen balcones de segundo piso, proscenios, aplausos, escenas. Allí está mi amor por el teatro, que aún al día de hoy sigo manteniendo. Lo sé porque cada vez que acudo a ver una puesta, mi cuerpo tiembla, mis manos sudan…como si fuera yo el que estuviera a punto de entrar al escenario.
Este libro tiene siempre dos agradecimientos, que, si bien no están escritos, son invocados. A Américo Ochoa siempre le estaré agradecido por haberme impulsado a sacar mi material que lo tenía guardado casi a punto del olvido. Américo lo leyó por primera vez y le dio un orden. Me dijo: “aquí hay un libro”. Y a mi querido Leo Villegas, editor incansable, creador maravilloso, con una mente creativa a prueba del tiempo. Pocos pueden decir, por ejemplo, como yo, que vi sus creaciones para publicar la poética del Conservatorio Castella, en folletos impresos en extensil. Sus ilustraciones eran maravillosas. Leo me abrió el bosque y me permitió ser parte de Arboleda, y eso siempre se lo agradeceré.
No estoy seguro si concientemente estaba apegándome al canon literario de entonces. Es que llegué tarde a todas esas cosas, por ejemplo, a algunos de los que nombras que publicaron ese año, los conocí el día de la presentación de mi libro en el Centro Cultural de México. Por ejemplo, a Ricardo Marín, a quien le guardo mucho cariño y mucho respeto; creo que a Bernardo Corrales lo conocí después. Entonces me parece no estar conciente de ellos, o de esa estética que decís. Incluso, estructuralmente, el libro no guarda relación con lo que se venía haciendo entonces. No seguía algún patrón, pero no porque quisiera distanciarme de la tendencia deliberadamente, sino porque así fue como surgió su construcción, un poco desempolvada y que Américo me ayudó a ordenar.
Sobre ese libro quisiera decir que su último poema siempre será una travesía a la historia social y política de este país, de la cual el recordado David Maradiaga formó parte. Si bien todo el libro es para mí una evocación, lo será aun más con ese último texto que de cuando en vez comparto como un homenaje y recordatorio.
SECONDA CHIAMATA
P/MA/ Memo, platiquemos un poco sobre los talleres literarios. Como ya mencioné, tengo entendido que formaste parte del célebre “Taller de Literatura Activa Eunice Odio”. Preguntarte entonces, ¿si fue esta tu primera experiencia de taller o si se dieron otras actividades previas en este ámbito, por ejemplo, pienso en el Conservatorio Castella donde estudiaste? ¿Qué significación tuvo el “Eunice” y tus dinámicas creativas en tus búsquedas y hallazgos?
R/GA/ Me adelanté a tu pregunta pero quiero ampliar algunas cosas dichas. Creo que esas dos experiencias modelaron mi caja de herramientas. El “Eunice” fue una propuesta estética, aunque mucha gente no coincida conmigo. Fue un espacio de resonancia de muchas inquietudes y de allí salieron voces potentes de la poesía costarricense de aquellos años: Mauricio, Julio, Alexander. De manera que no puedo negar sus influencias en mis primeros registros y en lo que después continué haciendo. No puedo dejar de recordar como armamos la antología (Instrucciones para salir de un cementerio marino): nos citábamos por turnos para digitar los textos en un viejo equipo de cómputo, en un procesador que creo era el mítico Word Perfect. Lo que ahora pudo haber tomado días, en aquel momento significó una sangría al tiempo, un desenlace que el grupo preveía y que de alguna manera la antología vino a sellar. Salimos del cementerio marino y salimos del “Eunice” para siempre.
El taller del Castella será siempre mi primer lugar. Mi encuentro con Cortázar (como ya mencioné) y con los libros que Sauma traía siempre de su casa, olorosos a tabaco. Mis primeros trazos, los tachones, los cambios de lugar en el texto. Mi primer acercamiento a una lectura de poesía en el viejo teatro Castella. Sin embargo, ahora que lo pienso bien, me parece que otra experiencia que pudo haber marcado mi oficio por la lectura y la escritura fue mi participación en una acción muy interesante de exploración de ritmos, voces y actuación: el coro de poesía. Se trataba de un montaje en el que se hacía poesía coral y hacíamos poesía casi musicalizada con nuestras voces y nuestros cuerpos: Gabriela Mistral, Nicolás Guillén, entre otros, fueron autores que trabajamos en esas propuestas. Esa para mí fue la antesala de lo que haría luego en el taller.
De manera que ambas propuestas marcaron de alguna manera el rumbo de mi quehacer. Desde La Señorita Cora, narrada guturalmente por Osvaldo una tarde de lluvia frenética, hasta la poesía con figuras que Gustavo Induni compartía con nosotros en el “Eunice”. Recuerdo haber leído algo de un trapecista, y Gustavo había formado el poema dibujando un trapecio. Eso me impresionó.
P/MA/ Memo, de alguna forma el surgimiento y proliferación de grupos, talleres y círculos vinculados a lo literario en los años 80, sin miedo a equivocarme, puedo decir que aun y cuando cada uno tenía sus especificidades y fieras diferencias, también es cierto que a estas expresiones las unía al menos una característica común. Expresaban un quiebre generacional caracterizado por ser antítesis del trascendentalismo, tendencia que aflorará en 1959 con un grupo de jóvenes turrialbeños y que pronto se configuraría como taller literario. La génesis involucraba a Jorge Debravo, Laureano Albán y Marco Aguilar, constituyendo para entonces lo que conocimos como “Círculo de Poetas Turrialbeños“, para después (1961) ampliar su especificidad local, adquiriendo carácter nacional al nombrarse “Círculo de Escritores Costarricenses”, caracterizado por ser fiel a sus rituales, planteamientos y enfoques fundacionales, –me refiero a la famosa “Marca del fuego” y Manifiesto trascendentalista–
Todo esto Guillermo, para preguntarte: ¿Consideras que INSTRUCCIONES PARA SALIR DE UN CEMENTERIO MARINO fue, aparte de una antología, también un posicionamiento estético en respuesta al trascendentalismo y a la vez una suerte de manifiesto o programa de acción desde donde se afianzaron los nuevos desarrollos estéticos que poco a poco fueron madurando en el taller?
R/GA/ Ya lo dije. Pienso que mucha gente del círculo literario nuestro le resta valor a esa propuesta creada en la antología. De alguna manera incomodó porque detrás de las metáforas e imágenes que los autores buscábamos, había una necesidad urgente de vincularse con otras formas y otros ejercicios, inclusive políticos. Había que escuchar las riquísimas discusiones de Gabriel y Mauricio, no solo del texto, sino del contexto social. Acaso también el “Eunice” fue, en el fondo, una propuesta política, como entiendo que lo fueron los colegas turrialbeños. Es decir, tras el intento de despolitizar una propuesta como la del “Eunice” en su antología, se esconde creo yo una falta de reconocimiento de las propuestas urbanas que se estaban generando entonces. Me parece que en ocasiones romantizamos mucho la subjetividad rural y le restamos valor a la propuesta urbana. Eso pudo haber pasado entonces con esa tendencia a desvalorizar el texto del “Eunice”, que ciertamente respondió a un contexto del cual también se decían cosas, desde otras formas, desde otros trapecios.
P/MA/ Guillermo, de repente, sin quererlo, el anterior planteamiento podría quedar corto, en tanto creo entender que en el mismo seno del “Taller de Literatura Activa Eunice Odio” coexistían dos formas de entender la acción poética. Veamos, antes de llamarse “Taller de Literatura Activa Eunice Odio” se denominó a esta experiencia que surge a mediados de los 80 “Taller de Poesía Activa”, cuyos fundadores o primeros miembros fueron Gabriel Sánchez, José Luis Amador, Francisco Mata y, un poco más tarde, Arturo Solís. En sus inicios este colectivo intentaba de algún modo diferenciarse o al menos desmarcarse del ideario trascendentalista, aunque lo cierto es que alguna de sus posturas se acercaba un poco a esa vertiente o esquemas que privilegian un sentido historizante del discurso poético, enfatizando una suerte descriptiva de lo real concreto y ahondando en un lenguaje coloquial de lo cotidiano, desbordando el drama existencial-vivencial de lo individual-subjetivo –o poniendo en perspectiva experiencias generadas en el devenir de estructuras y andamiajes colectivos–. Algo cercano a lo que entendemos como “poesía social”, pero tal vez de una forma un tanto más beligerante, políticamente hablando. Sostenían una tesis que creo en aquel momento llamaban “poesía útil”, al servicio de ciertas reivindicaciones sociales articuladas de algún modo al discurso ideológico- estético de la Izquierda, que a mi entender los acercaba más al ideario fundacional de aquel otro taller del 76 denominado “Grupo Literario Oruga”, cuyo referente visible era el “POPO DADA”. Ahora, la cuestión es la siguiente, el “Taller de Poesía Activa” trasmuta con la incorporación de algunos nuevos miembros al “Taller de Literatura Activa Eunice Odio”. El grupo base se amplía con Alexander Obando, Mauricio Molina, Meritxell Serrano; el Ginsberg tico, Armando Calvo Canossa, más conocido como Ssacal, y su hermano Emmanuel. Estos nuevos fichajes distorsionan la genetrix estética del grupo y aparecen en las sesiones de trabajo lecturas de la poesía francesa, por ejemplo, Mallarmé, y con esto un acercamiento al simbolismo. También se dan coqueteos con el imaginismo y el modernismo norteamericano de un William Carlos Williams y al Novecento italiano mediante lecturas seguramente aportadas al grupo por los hermanos Canossa sobre la obra de un Gadda, un Pasolini o un Pirandello. En esas pulsiones o indagaciones se fraguaron ficciones tales como “John Statement Kitsch”, prologuista de Instrucciones para salir de un Cementerio Marino, y muy probable también se estaría gestando el caldo de cultivo de títulos como: La Monna Lisa sin fondo (1985), de Armando Antonio Ssacal; Abominable libro de la nieve, de Mauricio Molina (1999); Ángeles para suicidas (2009), de Alexander Obando o Bestiario de amor (2004), de Esteban Ureña. Es evidente que estos nuevos miembros trastocan y en mucho las búsquedas iniciales del taller. La pregunta sería: ¿cómo viviste estas dos vertientes que abastecían y arremolinaban las mansas aguas del taller? ¿Decantaste en algún momento por alguna de ellas en particular? ¿O consideras que tus desarrollos se alejan de estas dos vertientes que de alguna forma coexistieron en el taller?
R/GA/ Buena pregunta. Yo llegué, como suelo llegar, tarde a todo. Ya cuando me incorporo al taller había cierto desgaste. Era notable. Se continuaba el trabajo, pero me parece que ya la dinámica iba decreciendo, como producto de esas fricciones que apuntás. Me parece interpretar, de lo que recuerdo, que este segundo momento o grupo como lo llamás, era más tenso en la estética e inclusive en las discusiones sobre tendencias, influencias, necesidades. Pero solo es una apreciación movida por mi inclusión tardía en el grupo. Hace algunos años se hizo una lectura, una especie de reencuentro de esas dos generaciones, en el antiguo Colegio de Costa Rica que funcionaba en la Estación al Atlántico. Allí se hizo una especie de cierre con el pasado. Se saldaron cuentas. Hubo un proyecto que yo particularmente saludé con emoción, de una segunda publicación, pero nos ganó la rutina y a lo mejor la confirmación de que, con la antología, se había cerrado el camino del “Eunice” para siempre.
“Salimos del cementerio marino y salimos del ‛Eunice’ para siempre”.
“La cuerda
floja es ciertamente
la distancia
que hay
entre dos
puntos”.

“...es una
especie de homenaje a la memoria
perdida de mi padre y al que
le cuento de
que luego de mucho
esfuerzo, he aprendido a
hacer
el nudo de la corbata”.
No creo haber tomado partido. Solo que me tocó acompañar al grupo que, como vos decís, revolvió el ADN original para construir otro momento. Fui parte de eso. Pero también el día de la lectura en la Estación al Atlántico reconocí la voz de Armando, Emmanuel, José Luis, Chico Mata, incluso supe que la querida Luissiana había formado parte del grupo en algún momento. Entonces me quedo con esa percepción. De alguna manera fui como una especie de bisagra que se instaló entre ambos momentos, para abrir, y cerrar la puerta.
P/MA/ De repente, estimado Memo, he dado muchas vueltas. Intentemos ir acercándonos a tu producción poética como tal. Hace alrededor de unos 10 años terminaba yo de imprimir y ensamblar, un 15 de noviembre del 2013, una suerte de antología mínima que acordamos llamar EL FIN DE LOS DÍAS. En este artefacto artesanal, expresabas en la nota introductoria, que denominaste “Invocación”, una serie de criterios y valoraciones sobre tus trabajos, para ese entonces, algunos en marcha, otros en perspectiva. Decías, por ejemplo: "El Fin de los Días es un himno en clave de búsqueda para ese poeta en construcción". Advertías al lector que la colección era una suerte de "poemas de varios clivajes, que se hablaban entre ellos y hacia afuera". En esta colección encontramos al menos tres momentos de tu producción. En Cuerda Floja, poemas concebidos entre el 2008 y 2012. Acto de Construcción, de la que expresas que los textos ahí reunidos son una especie de puente entre un determinado estilo alcanzado hasta el 2012, en tus palabras: “Lo que trato de hacer a partir de ahora” y continúas aclarando que estos textos “pretenden ser una especie de homenaje con todo aquello que me ha ido conformando, desde los poetas que frecuento hasta las imágenes evocadoras que trato de recoger”. Por último, Amares, del que nos dices: “Representa una intensa búsqueda con lo que soy hoy. Mis experiencias de vida, la imagen del agua como el elemento que fluye y que debe dejarse salir”.
Memo, podrías comentarnos algo más de estos tres momentos creativos. ¿Cuáles son los pistones y las emocionalidades que sustentan por ejemplo, un título tan desequilibrante como lo es En Cuerda Floja? ¿Cómo enfocas esa transición que significó Acto de Construcción? En ese mismo contexto, ¿cómo se expresa esa búsqueda y ese viraje en términos del tratamiento del lenguaje y la arquitectura del poema?
R/GA/ Karl Walenda fue el patriarca de una familia de equilibristas. Hacía actos acrobáticos de mucho fuelle. El último de ellos, transmitido en vivo por la televisión puertorriqueña, consistía en una caminata en una cuerda floja entre dos edificios en San Juan. Una pequeña cola de viento hizo que Walenda intentara sentarse, con tal mala suerte que no pudo ceñirse y lo que se observó a continuación, narrado de forma incidental por un periodista boricua, fue el salto al vacío del patriarca y su muerte segura.
Esta imagen, durante muchos años, venía recurrente a mí. Y de alguna manera, formaba parte de un escenario de complejidades, nudos y certezas que acompañaban mi búsqueda de aquellos años. La cuerda floja es ciertamente la distancia que hay entre dos puntos, a veces con ventiscas profundas o quietudes permanentes. Esos son los hilos que mueven ese segundo texto, basado alrededor de la figura de Walenda, que puedo ser yo mismo o cualquiera que intente cruzar esa distancia sinuosa entre dos puntos, cualesquiera que estos sean.
Sobre Acto de construcción, es un libro en borrador que no publiqué. Pero con él empecé a desarrollar nuevas posibilidades de trabajo, tanto en la forma, como en las imágenes. Hay otro libro no publicado (y listo para desencriptar) llamado “Para cuando regrese”, que recoge mucha de mi experiencia en distintos momentos entre 2008 y 2012 como investigador social, que me llevó a lugares como Túnez, México, Colombia, Guatemala, Nicaragua. Algo de eso está reflejado en uno de los segmentos del libro. También resuelvo una búsqueda con otra lírica, que se viene a reflejar en Amares, ese libro con el que termino una primera parte de mi etapa entre 2008 y 2014. Entre ambos momentos, tres libros publicados fueron mi posibilidad de visibilización de un primer momento creativo, motivado por muchas preguntas, muchas inquietudes. Desde el 2013 construyo una especie de repositorio al que le he llamado “Almas pequeñas”, que también espera por su desensamblaje y cuyo último texto, al menos del que tengo registro, es una especie de homenaje a la memoria perdida de mi padre y al que le cuento de que luego de mucho esfuerzo, he aprendido a hacer el nudo de la corbata. No sé si “Almas pequeñas” termine allí, pero ese poema para mí es un himno del tiempo presente.
P/MA/ Entre Programa de Mano y En Cuerda Floja hay un intervalo de seis años. Luego, al parecer, experimentas una etapa muy prolífera y condensada que inicia en el 2014 con En Cuerda Floja y que prácticamente detona una producción y publicación equivalente a un poemario por año. Amares en el 2014, En Ninguno de tus mapas en 2015, VOSTOK para el 2016 y Al Fondo del Corazón en 2017. Entonces quisiera detenerme y preguntarte por estos últimos tres trabajos consecutivos. ¿Corresponden los años de publicación de cada una de estas estas tres propuestas a los momentos de concebirlas y trabajarlas o son poemarios que venías formulando con anterioridad? ¿Tiene que ver algo el hecho de que en ese periodo hayas propiciado una mayor presencia en la región centroamericana, lo cual a su vez se traduce en una oportunidad para ampliar la resonancia de tu trabajo y en consecuencia despertar el interés de casas editoriales de la región? Pienso en Editorial Metáfora de Guatemala o en la Editorial Ixchel de Honduras.
R/GA/ Efectivamente, esa etapa es, para mí, primordial, y recoge mi mayor conciencia regional, que no había logrado desde el punto de vista corporal y afectivo en mi etapa como investigador social. En medio de esas tres publicaciones, aparece incluso el libro de cuentos Por vivir en quinto patio, publicado en 2016 con Ediciones Perro Azul en Costa Rica. Sobre esa etapa de trabajo, se la debo íntegramente al amigo y hermano en la poesía Marvin García, quien me impulsó a atraverme a abordar mi poesía desde otro lugar. A él le debo, por ejemplo, el que considero mi libro más acabado: En ninguno de tus mapas. También fue Marvin quien me dijo que probáramos la prosa y surgió VOSTOK, una fase experimental que aún hoy me continúa reportando dividendos emocionales. Y, por supuesto, el homenaje a mi padre y al portero ruso Lev Yashin, en el último trabajo poético publicado por Metáfora.
Quiero aquí hacer un espacio para decir lo que siempre digo de Amares. En medio de la Honduras postgolpe de Estado de 2009, surge un proyecto valiente de difusión y edición liderado por dos mujeres valientes y necesarias de la poesía regional: Venus y Karen. A ambas siempre les estaré agradecido por la invitación y el cariño. A Karen por su cuidado de edición y la lectura (grabada y que puede ser vista en internet) del texto “Agustín Lara se confiesa”, en el mítico Café Paradiso, en Tegucigalpa. A Venus por su implicación y su música en esos días de presentación de Amares en varios espacios en Honduras.
No puedo dejar de reconocer que esa etapa regional cierra de alguna manera con el breve compilado de textos que el querido Otoniel Guevara me publicara en El Salvador en 2019: El origen de las primaveras. Ya luego vienen otros trabajos. El ensayo en 2019 y otro momento de narrativa del cual hablaré hacia el final de la entrevista.
P/MA/ Guillermo, según esta cronología, En ninguno de tus mapas vendría siendo tu último trabajo poético publicado. Al respecto, la poeta Alejandra Solórzano deja entrever que aun y cuando el poemario no se aleja mucho de los grandes temas de la poesía: el amor cotidiano, el deseo, la soledad, la nostalgia, la memoria; también es cierto que apunta –con mucho énfasis– que estos poemas son como “cartas versificadas” –probablemente para destacar el tono intimista de algunos de los textos ahí reunidos–. Dice también Alejandra que hay un logrado intento de "reconfigurar a través de una visión no definitoria, contrario a la usanza de la poesía tradicional que ’legitima’ el ideal de ’lo femenino’ dando pie a una nueva poética masculina". Preguntarte, entonces: ¿es así, hay una intención en estos textos de abordar estos grandes temas desde otras sensibilidades? Y, por último, Guillermo, tengo la sensación de que es en VOSTOK donde se da un cambio evidente en el tratamiento arquitectónico del poema en tanto hay un viraje a la prosa poética, pero, además, también percibo un potente y cuidado ejercicio del tratamiento simbólico, lo cual a mi parecer le aporta al conjunto propuesto un sólido maderamen y una atmósfera coherente y sostenida a lo largo del poemario. ¿Cómo surge esta propuesta tan particular que de algún modo se distancia de lo que acostumbras, no tanto en lo temático como en lo estructural? ¿Hacia dónde apuntas, cuáles son grosso modo sus disparadores?
R/GA/ En ninguno de tus mapas es un libro de ensoñación para mí. No es el último. El último es Xochiatl (editorial Amargord, España) publicado en 2021. Y ese mismo año había salido Hay cosas de verdad que no terminan nunca, una especie de diario de campo sobre mis experiencias de trabajo en Centroamérica, publicado también en Guatemala.
Pero ese primer trabajo realizado con Editorial Metáfora tiene todos los componentes deseables para una lectura o recital. De hecho, es el libro que más utilizo en esas actividades, porque me siento cómodo con él, la forma como se va dando todo el conjunto, todo el proceso creativo, que empieza con una alusión a una lectura que hice desde un balcón en el frontispicio de la municipalidad de Quetzaltengo, en Guatemala, a ese homenaje que hago a Jenny, mi amor fundamental durante más de 30 años, con el que termino el texto.
Recuerdo bien las palabras de la querida Alejandra sobre ese libro, en su presentación en una feria del libro en San José. Le agradecí tanto su cariño, su reconocimiento a otra forma posible de acercarse a poetizar el acto del sentido del querer, del arrimarse a otra persona desde el afecto y no desde el poder. Ale, otra necesaria en mi vida y mi búsqueda.
Sobre lo que decís de VOSTOK, Marvin García me dice un día, -vamos a animarnos a buscar otras formas narrativas-. ¿Te apuntas con la prosa? Entonces le dije que intentáramos. Recuerdo que el tema ya lo tenía trazado, por una noticia que había leído. Entonces empecé: regresé a aquel Cortázar que recordaba del taller del Castella traído por Osvaldo y abordé al chileno Omar Lara y una propuesta muy interesante en su Voces de Portocaliu, gracias a la deferencia del poeta y amigo Daniel Matul, que me prestó ese texto.
VOSTOK fue ruptura, y lo sigue siendo.
P/MA/ Memo, VOSTOK (Восток) también fue un programa espacial, un cohete propulsor y una astronave, un pequeño cráter marciano situado 1,9° sur y 354,5° este, un reloj, una isla en un archipiélago de Kiribati, un buque expedicionario, una banda de rock argentina, un batallón de mercenarios operando en Donetsk, un lago. Me repito y te sonsaco algo que siempre pregunto: ¿Cuántas historias caben en un mismo poema? ¿Cómo construyes, cómo conceptualizas esta propuesta? ¿Por qué prosa? ¿Cómo logras que el disparador primario, que en este caso es una estación de investigación incrustada en el Ártico, y el particular registro de temperatura dado en un determinado momento no se disipe y/o se distorsione en medio de tanta metarreferencialidad? Y en este caso en particular ¿qué privilegias más durante el momento creativo, la formulación del sentido o el posicionamiento del significado?
R/GA/ Sentido y significado. Ordenemos las ideas para responderte. Un poema es un contenedor de historias. Tantas como sean necesarias. El día que se desplomó el marcador de temperatura en esa estación, hubo poesía. O la forma en que se investiga el hielo. O el nombre del Poliarniki, con el que se identifican los caminantes de aquellas zonas. Quería contarte Melvyn, que es tan potente el sentido y el significado que el año pasado regresé a VOSTOK en un libro de cuentos (que justamente se llama Volver a VOSTOK) publicado de nuevo por Editorial Metáfora. Con eso te respondo: el disparador, el obturador, sigue encendido.
TRIA VOKO
P/MA/ Dice Alberto Ruz Buenfil, “El Coyote”, quien entre muchas otras facetas es un artista escénico y un portador de sueños, que –y esto es una interpretación personal de sus palabras– "la existencia se debate entre la pesadilla y el sueño". Entre esa dicotomía en donde "el sueño es una proyección de lo que más deseamos y la pesadilla, a su vez, una proyección de lo que más tememos". También dice “El Coyote” que originalmente todos éramos nómadas, que las edificaciones, la propiedad y el Estado como institución y las fronteras políticas son categorías y/o constructos muy recientes en la historia de la humanidad. Que antes éramos clanes que viajaban con la casa y los amores a cuestas siguiendo el dictado de las temperaturas, rastreando la caza, intentando la pesca, la recolección, procurando en no dejar mucha huella para poder seguir en movimiento. Que hoy por hoy vivimos, dice Buenfil, o como diría Heidegger, que hemos sido arrojados a un mundo que cada vez es más pesadilla y menos sueños. Y que, por tanto, es un mundo que se convierte cada vez más en pesadillas realizadas. Dice también que es importante que cada quien rescate sus sueños, que es "recatar lo imposible para volverlo posible". Lo que en Heidegger sería “ser posibilidad”. O como dice “El Coyote”, que expresan nuestros indígenas, “para caminar, para caminar nuestro sueño”. Todo esto estimado Guillermo, para intentar acercame al menos un poco a tus otros derroteros, quehaceres y pasiones preguntándote ¿qué es el viaje para Memo el poeta y para Memo el sociólogo?, ¿cómo entiende el poeta la movilidad? ¿Cómo conjuga las preocupaciones el sociólogo con sus inquietudes de poeta? ¿Sueñas, Memo? Y si sueñas, ¿con qué sueñas? ¿Encuentra el poeta en la poesía un vehículo para desvanecer las pesadillas? Y por último, Memo, desde tu experiencia, desde ese íntimo contacto que en los últimos años has posibilitado, forjado y nutrido con la región centroamericana, ¿cómo observas el quehacer poético de la región? ¿Cuáles son los derroteros desde donde se gesta la “cosa” poética expresados en las nuevas y no tan nuevas voces que has ido encontrando en tus viajes, que son muchos y al mismo tiempo también un solo viaje?
R/GA/ En el libro En ninguno de tus mapas incluyo un texto llamado “En busca del fuego”, que es el título traducido en español de una producción franco-canadiense de los años ochenta, acerca de los primeros seres humanos que poblaron el planeta. Toda la película no tiene guion porque intenta reflejar cómo se comunicaron esos primeros hombres y mujeres, cómo cazaron y cómo caminaron para buscar su luz. El poema resume lo que creo es el acto de la movilidad: un permanente ejercicio de búsqueda. El sociólogo argelino Abdelmalek Sayad dice que lo que mueve al migrante es la nostalgia. Yo siento que en cierto modo la movilidad humana apunta a un profundo acto poético (además de político) de despegar los pies del suelo para buscar esa luz que le falta.
Luego, en Xochiatl (Editorial Amargord, España, 2021), recogemos deliberadamente las formas académicas de entender la frontera y resignificarla poéticamente. Es un acto de prolongación de lo que observé en la línea divisoria entre México y Guatemala, en ese río serpiente que es el Suchiate. Ese libro es mi homenaje a los que caminan.
Los sueños, Melvyn querido, sueños son. Los viajes me han proporcionado miradas y preguntas. He podido observar el ancla y la vela en una región profunda y carismáticamente poética. Siento que en esta hora regional es necesaria la revolución de la palabra. Volver a reencontramos con el primer respiro. Conocer de nuevo el hielo para decir algo maravilloso sobre las propiedades de su belleza y misterio. Algo de eso traen estas nuevas estéticas y propuestas que miro a nivel regional. Me llena de mucha emoción la conjugación en colectivas, en movimientos. Eso de la sensación de mucha dinámica, de engranaje. Ante la desidia y los ropajes conservadores y regresivos, la palabra toma un lugar preponderante y necesario. Eso me da esperanza.
P/MA/ Una más, estimado Guillermo, parafraseando a Baudelaire y recordando esto que te leí acerca del tedio "…Solamente recuérdenme si nos topamos en otras vidas quedarme solo con la poesía y el vino…". Sobre esto, Charles expresaba refiriéndose al tiempo y al ennui “Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del tiempo, que os destroza los hombros doblegándoos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar”. ¿De qué? Se preguntaba y se respondía “De vino, de poesía o de virtud”. Entonces podemos concluir. Hay que ser ebrio, hay que ser santo, hay que ser poeta. Preguntarte entonces, ¿es la poesía una forma de sacudirse el hastío? ¿Qué papel juega la memoria como desencadenante de la escritura? ¿Cuánto de ficcionalidad hay en la reelaboración, desde el ámbito del lenguaje, de la experiencia vital para transformarla en una experiencia esencialmente literaria? ¿Debe haber siempre un carácter vindicativo en la poesía, una reflexión ético-estética?
R/GA/ Al trabajar estas preguntas tuyas, querido, tuve que regresar a ese material “borrador”. A esa especie de pizarra de trabajo. En uno de los textos de Para cuando regrese anoto un epígrafe de un poema de Ernesto Cardenal que dice: “Los poetas, los que cuidan al pueblo con sus palabras”. Eso somos. No solo del hastío nos protege el acto poético. También de las sombras, de las incertidumbres, de las inclemencias violentas y agudas de los tiempos que nos tocó vivir. Entonces para ello es vital la memoria como política pública contra el olvido. Hacer del recuerdo una metáfora permanente. Nada de esto es posible si la reinvindicación no llega. Cada vez que se enciende la luz de la poesía hay una posibilidad de creación, de transformación. Buscar el fuego es apropiárselo. Defenderlo. Hacerlo posible.
Querido Memo, muy agradecido por tu tiempo y disposición para conversar y desarrollar este hermoso ejercicio de “pegar la hebra”. Decirte que, aun así, se nos quedan muchos temas y recuerdos sin abordar, pues el formato y el tiempo limitado no nos lo permiten por ahora. De seguro ya retomaremos algunos hilos y seguiremos platicando, remembrando, construyendo y tejiendo, Memo, tejiendo. A propósito de lo que me dices en tus palabras finales sobre “buscar el fuego”, se me viene una imagen. Recuerdo que hace algún tiempo, no mucho, editaba y prologaba el libro Vaivén y declive, de una querida amiga, Claudia Denisse Navas, donde le decía a propósito de uno de los poemas incluidos en su libro, que "no es suficiente con los rezos, que no es suficiente, tan solo sentarse a custodiar el fuego".
Melvyn Aguilar
A un día de la última luna llena de noviembre.
Desde el Zoo, San Salvador, El Salvador.
2023
“Entonces para ello es vital la memoria como política pública contra el
olvido. Hacer del recuerdo una
metáfora permanente”.
Biografía
Guillermo Acuña

(Costa Rica, 1969). Sociólogo con una especialidad en comunicación social. Docente universitario, investigador social y especialista en temas migratorios a nivel regional centroamericano. Actualmente prepara su tesis doctoral en Ciencias Sociales con el tema “Sistema de gubernamentalidad migratoria y Cuerpos migrantes en Costa Rica entre los Siglos XIX y XXI”.
En poesía ha publicado Programa de Mano (2008), En Cuerda Floja (2014). Ambos con Editorial Arboleda, Costa Rica. Amares (2014), publicado en 2014 por Editorial Ixchel, Honduras, En Ninguno de tus mapas (2015), VOSTOK (2016), Al Fondo del Corazón (2017), todos publicados por Metáfora Editores, Guatemala y Sobre el Origen de las Primaveras (2019), publicado por Proyecto Editorial La Chifurnia, EL Salvador. En 2021 publicó Xochi atl con editorial Amargord (España).
En cuento publicó Por vivir en quinto patio con Editorial Perro Azul (Costa Rica). En edición se encuentra Volver a VOSTOK, libro de cuentos a publicarse con Metáfora editores, de Quetzaltenango, Guatemala.
En el año 2019, publicó un ensayo titulado Déjennos pasar. Migraciones y trashumancias en la región centroamericana, con Editorial Amargord, España, con el que obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la rama de ensayo.
Ha sido invitado a varios Festivales Internacionales de Poesía a nivel Latinoamericano. Ha organizado eventos literarios relacionados con la migración, tales como encuentros, lecturas y talleres, a nivel nacional y regional centroamericano. Conduce un espacio de comunicación virtual sobre arte llamado “zona de recarga” que puede ser consultado en sus redes sociales.
Biografía
Melvyn Aguilar

(1966, San José. Costa Rica). Cursó estudios de sociología en la Universidad de Costa Rica. Es cofundador del Colectivo Octubre Alfil 4, del Colectivo Voz Urbana. Fundador y director del Taller Anti-Taller Anti. Drigió la revista de literatura costarricense La Mandrágula. Ha publicado Territorios habituales (Editorial Arboleda, 2006), Xarxa D’ Aranya (Ediciones Espiral, 2012), MayDay (Ediciones Espiral, 2015). No te mueras en Palermo (Word Graphics ediciones ,2024) Poesía de su autoría ha sido publicada en diferentes antologías: Versos para bailar o no (Editorial ALMUZARA, Almería España, 2019) Poesía del Encuentro. Antología del VII Encuentro Internacional de Escritores, Costa Rica 2010 (Media Isla Editores); Noches de poesía en el farolito (Editorial Perro Azul, 2007); Sostener la Palabra (Editorial Arboleda), Lunada Poética. Poesía Costarricense actual (Ediciones Andrómeda, 2005), y en Anuario de Arte Costarricense (1994). Y en diversas revistas a nivel nacional e internacional.
Editor y fundador de la revista de poesía y del sello editorial “El pez Soluble”. Y encargado del diseño y diagramación de la plataforma EntreTmas Revista Digital editada en New York. Publica desde el 2010 en e l Blog “La ratonera” Tiene inéditos los poemarios: Modus Operandi (poesía) 2015, Malversación del Paraíso (poesía) 2011, Detrás del conejo del espejo (Poesía), 1996, Kaldunia (Poesía), 1993. Actualmente trabaja en el poemario Blue y en la novela 1166 Frágil.
Reside en El Salvador desde el 2016.