Nos complace invitarles a leer en nuestra sección "Platicando con..." la entrevista a la escritora y gestora cultural salvadoreña Patricia Lovos.
Soy la hija de una madre psiquiatra y provengo de una familia de impresores y tipógrafos. Desde pequeña tuve contacto con los libros, las tintas, los tipos de imprenta y el papel. Mi abuelo y mi madre garantizaron que tuviera acceso a libros y desarrollara mi creatividad por diferentes medios. Fue en la adolescencia que comencé a leer más, escribir ejercicios de poesía en verso libre y a consumir cine de mayor calidad. A partir de mi paso por la universidad, estudiando la carrera de Comunicaciones, tuve la oportunidad de inscribirme en talleres literarios con diversos escritores salvadoreños y allí logré pulir mi técnica. Soy una amante de la contemplación y el disfrute de las cosas sencillas y no tan sencillas, una observadora asidua y una exploradora de la urbe en la que habito.
Soy narradora de cuentos y minificción con estilo lúdico y de temática erótica y social.
Como gestora cultural he desarrollado varios eventos literarios como presentaciones de libros propios y de terceros, el I Encuentro Salvadoreño de Microficción, 2023, IV Encuentro de Minificción Centroamericana, 2024, Lectura de poesía erótica escrita por mujeres, 2023, Coloquio y lectura “El cuento salvadoreño contemporáneo”, 2024, entre otros.
En este momento trabajo para la publicación de más libros de cuentos y de una novela postapocalíptica. Deseo poder publicar en grandes editoriales a nivel internacional y llevar a cabo gestión de eventos culturales de alto nivel.
Dos microcuentos
Amantes políglotas
En la siguiente sesión de caricias decidieron aprender portugués. Él la iniciaba en los adjetivos, ella en los verbos y así combinaban acción y palabra.
―Você é muito bonita ―dijo el de los adjetivos.
―Eu sou mais que beleza ―reclamó la de los verbos.
―Você tem razão ―afirmó el de los adjetivos.
Y entrecruzaron sus lenguas para crear la gramática de un nuevo idioma que solo ellos hablaban.
Hoyito de mierda
Había una vez un país tan pequeño, pero tan pequeño que cabía en el diámetro de una concha de aguacate. A sus habitantes les decían guanacos. Estos seres se alimentaban de una suerte de masa con queso y leguminosas cocidas. Desde hacía un par de décadas, su consigna había sido “ver, oír y callar”, y los pocos que no la seguían eran confinados al ostracismo, al señalamiento colectivo o a la muerte. A estos seres tropicales les daba por reproducirse como conejos en una especie de afán por recuperar lo perdido, por olvidarse de la guerra. Cientos, miles de niños pululaban en los reducidos espacios colectivos, devorando todo a su paso, Ronald McDonald estaba feliz. Los moteles seguían llenos, los condones sin abrir, los vientres inseminados, gritos, llantos, pañales, escuelas públicas, hacinamiento, centros comerciales, comida rápida, un ciclo de felicidad instantánea y decadencia. El payaso y sus aliados brincaban de euforia, las registradoras sonaban, el dinero fluía, se frotaban las manos, este ya no era un país, era su hoyito de mierda.
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