EntreTmas Revista Digital tiene en esta oportunidad el agrado de acercarlos al escritor, editor–corrector, profesor en Lengua y Literatura argentino Diego Rodríguez Reis.
Soy un tipo que desde muy temprano en la vida supo que era escritor. Eso, en cierta forma, me organizó en principio la mirada y luego la vida. En muchas ocasiones, siento eso mismo que escribió Kafka: “Todo lo que no sea literatura me aburre y lo detesto, porque me molesta o me restringe”. Afortunadamente, cada tanto, la felicidad viene a aniquilar por un tiempo esa sensación. La literatura en general y los libros en particular me ayudaron a comprender el mundo. No leo para huir, leo para estar acá. Los libros no me sirven para escapar del mundo, sino para ingresar en él. Si no fuera por los libros, yo no comprendería el mundo.
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Creo sobre todo en los otros, nuestros pares: desde muy pibe comencé a formar parte de grupos de escritores, y eso me llevó casi naturalmente a organizar publicaciones, proyectos, a conocer artistas de otras áreas, a empezar a pensar la literatura fusionada, armonizada con otros lenguajes. El escritor es un ser esencialmente social, no confío en esa imagen del artista romántico llevado por los espíritus y hablando en un idiolecto que es preciso descifrar para iluminarse. La voz propia ya la traemos a este mundo, hay que descubrirla y trabajarla: el arte es el otro.
Ese impulso-necesidad me llevó a escribir novelas en colaboración, a participar de antologías, de recitales, de ferias, de encuentros, de redacciones de revistas, de comisiones, de fondos editoriales y numerosos foros de difusión literaria y cultural. He participado, como autor, coautor, corrector o editor, en la publicación de más de setenta obras de ficción y no ficción.
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Lo primero que publiqué en mi vida fue un poema, ostentosamente titulado “Nosferatu”, en una revista literaria llamada Propiedad horizontal, en diciembre del año 2000. Mi primer suelto de análisis cultural–literario fue publicado nueve meses más tarde, en un diario patagónico. He publicado ocho libros en formato impreso: cuatro libros de cuentos (El charco eterno, Correspondencias secretas, El deshacedor y La forma del amor), dos poemarios (Lo levemente ajeno y La anchura y la llanura) y dos novelas en colaboración (Ruido blanco e Hijo del instante). Sin embargo, íntimamente siento que todos son libros de poesía: creo que la mirada poética es la que originalmente activa la acción primordial de detenerse, coquetear con la inspiración y disponerse a escribir. Sin esa mirada poética, insisto, no hay literatura posible.
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Leo y escribo casi todo el tiempo; como profesor de literatura, además, hablo de libros durante todas las mañanas. De esa aparente (o declarada) monomanía, me rescatan otras pasiones: el fútbol (soy hincha fervoroso del Club Atlético Boca Juniors), los puzzles, los asados, mi familia y mis amigos. Somos seres esencialmente orales. Pero pienso esto: cuando dejamos de hablar y de pensar, empezamos a discurrir en verso. Nomás nos callamos y ya empezamos a poetizar. El pensamiento, mi pensamiento habla por medio de la poesía. La poesía es la lengua natural del pensamiento. Soy poeta. No me resigno a no ser un poeta.
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Ya no puedo leer o escribir sólo una cosa a la vez. Leer o escribir una sola cosa me parece insulso, insuficiente. Leo varios libros a la vez, disfruto de los frutos de esas curiosas conjunciones. Escribo varios textos al mismo tiempo, algunos me demandan años. Cambio ciertos caracteres, ciertos énfasis de un cuento por la secreta rima o relación con el poema correspondiente contemporáneo.
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Escribo un diario personal desde los 8 años, diario que ha conocido muchos (por no decir todos) los formatos posibles. De muchos de esos apuntes, han nacido poemas, cuentos, novelas, ensayos. Cada tanto, lo reviso y corrijo algunas imperfecciones, atenúo ciertos énfasis, aclaro, ciertos silencios. Un diario es el registro (el relato, dice el Diccionario de la Real Academia Española), más o menos fiel, de lo que ha sucedido día por día.
Corregir el propio diario personal: la última de una serie de infinitas incomodidades. Corregir el diario personal es, de alguna manera, intentar corregir el pasado o (lo que vendría siendo lo mismo) la memoria de ese pasado.
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En la literatura, en el acto de escribir, la ontogenia recapitula la filogenia. Primero, como aquellos griegos originales, desconfiamos de la palabra escrita: todo debe ser mensurado, corregido, perfeccionado, prima el temor de ser malinterpretado, incomprendido, las primeras musas tienden al barroquismo. Después, guardamos todo: todo sirve, todo es testimonio, documento valioso (siquiera en potencia), porque verba volant. En mí, son tan fuertes ambas tendencias: el afán de registrar, el afán de destruir.
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Pienso esto: yo no quiero adaptar (coachear, adecuar, homologar) mis textos al sistema literario nacional actual, dirigido y sostenido por el mercado-mainstream: yo quiero que ese sistema se estructure de manera tal que mis textos funcionen allí. Mejor dicho: que mis textos logren funcionar en ese sistema será señal de que veinte años de escritura silenciosa y discurso parlante han logrado la reestructuración de ese sistema. Soy realista: pido lo imposible.
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Actualmente, coordino una sección de cuentos llamada Juguete rabioso para un diario local y codirijo el sitio La zona (crítica y ficción). En estos días, además, estoy compilando una selección de mis artículos, notas, prólogos y ponencias, desde aquel 2001 hasta hoy, un cuarto de siglo de trabajos: el título posible es El lector constante, en referencia a lo que he intentado ser todos estos años.
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Comparto un poema de after ego, libro que espero publicar en el segundo semestre de este año, con ediciones la yunta, de Buenos Aires.
Poema
poética de los dos mil
a pity
soy como el viento
repetitivo exagerado
busco
lo extenso y lo diverso
monocorde
recito versos sacados
saqueados
silbo estribillos
de valses chaplinescos
no me hallo
en ninguna parte
soy el viento
un organismo onanista
el creador y la víctima
de fronteras barriales
enumeraciones especulaciones
experimentaciones elipsis
las drogas los juegos de palabras
mi religión la noche
el sol y el desengaño
hago como el viento
furioso y sereno
dejo morir lo que dejé florecer.
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