EntreTmas Revista Digital tiene en esta oportunidad el agrado de acercarlos al poeta y periodista boliviano Gabriel Chávez Casazola.
Foto: Melissa Sauma
Tal vez soy muchos. He sido y seré otros, o acaso haya dentro mío una confederación de almas, como sostenía Tabucchi en Sostiene Pereira. Uno de los que soy ahora trabaja para que este, que también soy, pueda seguir escribiendo, aunque aquel roba mi tiempo, como compensación a esa servidumbre. Es por eso que he demorado en responder a esta entrevista.
Si tengo que definirme -tarea difícil, si se es honesto-, en un ejercicio de desdoblamiento diré que soy poeta, que tengo 52 años, una compañera -poeta también- desde hace 28, que tenemos tres hijos y que vivo en Bolivia, donde nací, al centro de Sudamérica, aunque me gusta mucho viajar y estoy agradecido a la poesía por haberme llevado de su mano por el mundo, cosa que nunca esperé.
En los transportes públicos de mi país, algunos conductores ponen frases que los representan; algunas son jocosas, otras bíblicas, otras obscenas. Una, que he visto en un par de buses al pasar, afirma: “No se gana pero se goza”. Eso puedo decir de la poesía y, hablando más seriamente (aunque nada hay tan serio como el gozo), creo que gracias a su maravillosa inutilidad ganamos mucho. Por ejemplo, algunas pequeñas (o grandes) batallas contra el olvido. Y, gracias a ella, sea que la escribamos o leamos, viajamos hacia adentro -el más sorprendente de todos los viajes- y crecemos hacia adentro para poder después crecer hacia afuera, como ese árbol llamado Pando, ubicado en algún lugar de EE.UU., que es todo un bosque de álamos temblones. Cada árbol de este bosque es, en realidad, una rama de Pando, que crece bajo la superficie, silencioso y potente, como la poesía.
La poesía me visita desde la el final de la adolescencia. Antes leía muchas novelas de aventuras, pero la poesía no me atraía. Luego, tuve una especie de temprana crisis existencial, que hizo que en lugar de estar ocupado en los primeros amores anduviera azorado por las causas finales de la existencia humana, la razón (o sinrazón) del Universo y la pregunta sobre Dios; temas todos que no he resuelto pero que desde entonces se han ramificado en múltiples perplejidades que la poesía me ayuda a traer al lenguaje.
Publiqué mis primeros poemas en revistas y suplementos literarios de mi país desde los 17 años; a los 27 saqué mi primer libro, en verdad una plaquette muy inicial, y a los 31 un segundo título, manifiestamente mejorable. Otra crisis, esta vez laboral y de proyecto de vida, me llevó a la selva boliviana, donde encontré mi voz poética -o mejor: ella me encontró, y así pudo nacer mi primer libro de verdad: El agua iluminada, escrito entre 2006 y 2010.
Este título, junto a La mañana se llenará de jardineros (2013) y a Multiplicación del sol (2018) forman un tríptico que estoy pensando publicar de manera reunida y revisada, bajo el título Cuadernos de la luz; ya que hasta ahora, además de ediciones individuales de cada libro, varios de sus poemas han sido incluidos en antologías de mi poesía, pero no de forma integral.
En cuanto a la escritura, actualmente estoy armando dos libros, en formación a partir de poemas escritos entre 2018 y 2023, es decir, la época de la pandemia y pospandemia, que de seguro influyó, directa o indirectamente, en tan larga espera para una publicación nueva, aunque en estos últimos años mi poesía no ha dejado de circular gracias a varias antologías aparecidas en distintos países.
En paralelo a la revisión y armado de estos libros, continúo trabajando en la formación desde mis clases de poesía en el Programa de Escritura Creativa de la Universidad de Sana Cruz (UPSA) y en el taller que dirijo, Llamarada Verde, que ahora es también un sello colaborativo para poetas emergentes.
Igualmente, siendo muy importante para mi país la circulación y divulgación de la poesía boliviana, así como su puesta en diálogo con otras escrituras y tradiciones poéticas, dedico bastantes energías a la organización del Encuentro Internacional de Poesía “Ciudad de los Anillos”, en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz; a la Semana Internacional de la Poesía de Bolivia; y ahora a revitalizar la colección “Agua Ardiente” de poetas internacionales de Plural Editores, que se publica en La Paz.
Poema
Bartimeo sueña
No puedo ver
mi indigencia como un cayado
golpea a tientas la roca de la noche
quiere beber del agua
que lava la ceniza
de los ojos del mundo
entonces
alguien me arroja un sueño
pasa un dios
limpia mis párpados con su saliva
veo
todos los ríos dividirse
todas las aguas confluir
es más
me hundo hasta el cuello
/en el río primigenio
y contemplo los manzanares
/a su orilla
me tiendo en la hierba
despliego
un muy precioso mantel blanco
/que compré allá en Esmirna
vuelvo a comer de la manzana
veo a Eva llegar
Eva que baila
con blancos pies en la mañana
/del río
el fulgor me enceguece y
despierto
es el veneno de la manzana
no puedo ver
busco el cayado
a mi diestra
a mi siniestra
duerme una mujer
toco su rostro
tiene la cara del dios
pero está ciega.
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