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Platicando con...

EntreTmas Revista Digital tiene el gusto de presentarles en esta ocasión al poeta y editor argentino Alejandro Cesario.


Soy alguien que lee y relee todos los días, considerando algo vital para mi escritura, sin lectura no hay escritura posible. Las lecturas me dan no sólo la posibilidad de la escritura (porque leo pensando en que puedo tomar del texto para poder llevar al papel) sino también el refugio, el cobijo necesario donde la esperanza de encontrar algo me brinda la alegría, alegría de que algo puede ocurrir, cuando encuentra una comunión con un texto es maravilloso, es uno de los milagros de la vida. El leer (y más poesía) requiere de ir preparándose, no se puede abordar un texto poético sino se está preparado, es un proceso lento, que uno va cosechando día a día. El encuentro con la palabra, el hallazgo de la misma es mi gran obsesión, escribo siempre con el diccionario al lado mío, es algo que también leo todos los días, lo abro al azar y busco palabras, palabras que quizá ya no se usen pero que causen un sonido placentero en mí, quizá sea una manera de valorar lo olvidado, lo dejado atrás, lo que no se ve, si hay algo que no me gusta de la humanidad es justamente eso, el no ver al otro, el ignorarlo, y no ver ciertas palabras es una manera de no vernos, o de no ver algo. La poesía, que es la importante y no el poeta, se alimenta entre otras cosas de la palabra, después viene el poeta, donde ahí está su voz, que siempre debe buscar (obligatoriamente) la voz propia.

 

Entre la poesía y la edición de libros es donde paso gran parte del tiempo. La editorial, que se llama La yunta, la llevamos adelante con tres amigos, es una editorial de las denominadas independientes, donde lo que prevalece es dar a conocer otras voces, intentamos de variadas formas que los libros puedan circular, puedan ser leídos, la editorial es un tren donde vamos todos juntos, el viaje es entre todos. No sólo editamos poesía, también narrativa, cuentos, novelas y algún que otro ensayo. Ser parte de una editorial te permite conocer a los autores, charlar, conocer sus obras desde un lugar distinto al de lector solamente.

 

Puedo decir que veo a la poesía en lo cotidiano. Después viene lo demás. ¿Qué es ese demás? El trabajo, tomar eso cotidiano (imagen) y llevarlo al papel lo más majo posible.

La poesía es un acaecimiento y en ese hecho está la palabra, grafías rodeadas de tronchas lingüísticas, enrolladas, liadas de sigilos y soniquetes. Lo que prevalece es el postín, la vocería de lo semántico.

 

Como primera andanza está lo inefable, lo que vemos, lo que nos llega a través de una efigie, de una lectura, luego viene el quehacer de orfebre, el de bregar, pulir, cincelar y faenar las palabras, trabajar el lenguaje, hacer de esa jerga tosca y gruesa una voz propia. Acá me detengo, ya que la búsqueda de algo propio es fundamental. Si no hay voz propia nada tiene sentido, y no me estoy refiriendo por un hecho de originalidad, sino por la verdad, un texto poético llega a ser verdadero cuanto más se transite por esa voz propia, ya que siempre se escribe desde la campiña interior, y desde ahí tiene que surgir el desgarramiento, que es nada más y nada menos que poner el cuerpo.

En el argot del lenguaje está la lucha, y se gana o se pierde, nunca se puede salir ileso después de navegar por esos galimatías de confusión. Hay un tiempo, un tempo que sólo el poeta sabe y que la poesía lo va marcando.

 

Someterlo al poema a la oralidad, porque de ahí viene, ahí está su rizoma. Al escuchar/nos, si tenemos el oído atento, podemos percibir el goce del poema, podemos ocuparnos y deshacernos de ciertas aporías.

 

No existen vericuetos por donde no se pueda andar. La poesía pertenece al mundo de las emociones, asentadas en los raigones de las palabras. Se debe recoger e indagar en lo vernáculo y en el soliloquio encontrar esa energía, ese sostén poético, ya que el envoltorio del poema no es la realidad. La poesía ausculta en lo desconocido, es un faro escarpado en plena estepa. Debe abordarse anidando la carencia, restañando la ausencia de lo incompleto, buscando esa parvada lingüística, astillada al punto de deshacerse, ahí interviene el poeta, creando esa muerte en algo vivo. Y cuánto más vivo sea el poema menos certeza nos dará.

 

La poesía es una forma de vida, es una vigorización de la sensibilidad y una agudeza del oído, ya que uno ve lo que sabe escuchar. El hallazgo siempre está naciendo en el poeta. No hay azar, hay trabajo sobre trabajo. Todo debe de llevar al esfuerzo de ser parido.

 

La poesía nace de otra poesía. Nunca puede ser un solo verso; a qué me refiero, a la totalidad del poema como unidad rítmica formando un todo. Lo verbal debe fluir de una respiración interior. Es algo inacabado, en permanente posibilidad de construcción. La poesía no se arguye. La poesía nos enzarza con alta luz. Nos turba frente a los absurdos de la vida. La poesía es un punto de encuentro. Tamizada en un solar henchido, vibrando en los matices de la emoción, en la belleza y en un lenguaje fulgurante. Ella debe cavar en latidos elegiacos, anidando silencios escritos desde la intimidad y el dolor.

 

Tiene el don de renacer, y cuando lo logra lo hace con una energía revitalizadora. Esa poesía que un tiempo atrás desechamos hoy nos ilumina y nos abre el camino a una nueva escritura. La poesía se alimenta de esa orfandad, de lo no visto, de lo dechedado.

 

La poesía como en la liturgia es un camino interior, un camino espiritual que lleva al poeta a vivir en estado de poesía, qué significa, que quizá sea la única manera posible de vivir.

 

Toda poesía tiene lazos con el pasado.

 

La poesía es una forma de habitar el mundo. El/la poeta cava, junta y apila, rescata del olvido, es por eso que nada de lo humano le puede ser ajeno. No se deshace en agonías, no acepta destellos de esperanza, pide más luz. Camina por la devastación de la desnudez.

 

Un texto poético nos lleva a lo profundo de la lindura. Habla lo velado, lo callado. Nace de un misterio y continúa siendo un misterio. No necesita exégesis, se glosa a sí misma. Sin certezas, actúa como refugio demoledor del tiempo, protegiéndonos de los jirones de la vida, del vacío que provocan las ausencias y tantas otras cosas.

 

La palabra (siempre en renovación estética, no le cabe el costumbrismo) nunca puede estar encerrada en los claustros culturales, todo lo contrario, debe de estar siempre en pleno vuelo, arrancarse los lastres y parir. Debe vibrar como una cuerda tensa todos los matices de la emoción y latiendo con vida propia en todos sus versos. Con la poesía no hay muerte posible.

 

Nada se puede sostener si no se canta una resonancia (hundida en lo abisal de la tierra o en el hueco de una mano), cuya sonoridad debe ser el resplandor de nuestra existencia. El poeta es un obrero de la palabra, siempre volcado hacia los otros. La poesía también es callar.

 

No es posible percibirla con los sentidos, sino que es ella la que nos percibe en todo momento. Es la membrana del latido. Sale de las linfas humanas, de la transpiración y las lágrimas.

 

La poesía, para los poetas, es la única forma de sobrevivir, es la única defensa ante un mundo tan hostil, lleno de miedos y angustias. La poesía nos permite, como dijo Huidobro: -a crear fuera del mundo que existe el que debiera existir-. Yo tengo derecho a pensar que puedo subirme a un barrilete y volar junto a mis hijos. Por eso, la poesía.

 

Mi proyecto más cercano, es el de terminar de corregir un nuevo libro: La tersura del silencio, así se va a llamar, los títulos siempre los rescato de algún poema, pienso que el título siempre está adentro del libro, es la mejor manera de ir a lo abisal del poemario. Y con la editorial, continuar editando libros, generando encuentros donde la comunión sea lo habitable.

 

Poema

 


Refugio

 

Después de lijar paredes

en tugurio del conurbano.

Sesgado sobre la piltra,

oteando la techumbre,

atiza el amparo

de su río Bermejo.


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