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Platicando con...

EntreTmas Revista Digital inicia con entusiasmo este enero del 2024 presentándoles a nuestros lectores y lectoras a la escritora, gestora cultural y videasta argentina Blanca Salcedo.





Blanca Salcedo es una escritora del nordeste argentino, en la zona de los grandes ríos, donde la selva se va convirtiendo en pantano. Una tierra dura y exigente donde la naturaleza aún es más fuerte que las personas. Escribe con eso en la sangre porque desciende de una larga lista de colonizadores de la región. Está un poco loca. Cultiva todos los géneros pero prefiere la narrativa, el cuento breve y el microcuento. Fue ahijada literaria de Augusto Roa Bastos y le gusta retratar la realidad, cruda y desnuda. Eso le causa a veces problemas pues a la generalidad no le gusta ver sin velos qué sucede a su alrededor, pero ella insiste… quizás porque lo romántico no le llama mucho la atención (o tiene la cabeza muy dura).


Hago muchas cosas o las hice. Comencé escribiendo y publicando cuentos. Así conocí a Roa Bastos. Años después, dos amigos me robaron una agenda, de donde sacaron poemas que yo escondía con mucho pudor y me obligaron a publicarlos, desde entonces he recorrido un largo camino en la poesía, si bien mi amor sigue siendo la narrativa y mi mayor producción literaria es en ese campo. Por otra parte, he conducido programas de televisión y radio, he dirigido filmes. También, durante más de diez años fui la productora de una obra teatral llamada Ogua, básicamente un vodevil que fue un éxito en Formosa. Entre otras cosas hicimos, con Rodrigo Hernán Rojas, además de teatro, café literario, performances para artistas plásticos, lecturas en diferentes espacios y permanentes eventos culturales. A veces conecto gente de las letras y ayudo en la organización de recitales. Y pequeñas cosas de las que no llevo cuenta.


En este momento estoy desarrollando a nivel narrativo las experiencias de una mujer dedicada a transitar la cárcel de mujeres en el Paraguay, asistiendo y recogiendo historias. La idea es rescatar  esas vivencias para volcarlas en un libro. Tengo uno o dos libros en proceso y mantengo la mente abierta para lo que se presente. Argentina está pasando por un mal momento y no se pueden hacer grandes planes a futuro.

 


PUÑO


El primer puñetazo resonó contra la bolsa e hizo que varios del gimnasio la miraran. No le importó. Completó algunos movimientos rituales con los guantes acolchados y continuó. Cada golpe era un impacto que volvía por su brazo, se arrastraba por el cuello y reventaba frente a sus ojos, trayendo imágenes de su vida.


La primera vez… la primera en que su marido la había molido a golpes, mientras su bebé de cuatro meses lloraba desesperado en la cuna. En aquel entonces ella era una jovencita débil y sufrió la paliza como todas, llorando y rogando. Odiaba a esa mujercita que una vez fue. Vivió un año y medio de terror y silencio, hasta que volvió su hermano del sur. Como buen gendarme, se dio cuenta en un día de lo que estaba sucediendo en la casa de su hermana y se presentó una noche a ajustar las cuentas. Su marido quiso hacerse el malo y Alberto lo agarró del cuello con una sola mano y lo puso contra la pared, aún recuerda los pies del hijo de puta pataleando en el aire. Esa misma noche armó una bolsa con la ropa y se fue, no sólo de la casa, desapareció de la ciudad.


Golpea la bolsa y el impacto le rebota en la cara, en el corazón…


Se quedó sola con un bebé. Tenía que trabajar. Su madre, quien nunca dijo que sabía lo que pasaba, se ofreció a cuidar a Eduardito mientras ella estaba en la fiambrería. Su padre había abandonado su vida en la lejana infancia, por eso su hermano era al único que consideraba familia.


Celina continúa sin interrupciones, sacudiendo la bolsa inerte, aunque en su interior presiente que le contesta cada impacto con una remembranza.


Antes de partir, Alberto, con esa manera especial de hablar que tienen los hombres de la milicia, le dijo;


—Vos podés, sos fuerte. No te preocupes, te voy a pasar unos pesos por mes. Y acá tenés pagadas por un año las clases en el gimnasio de un amigo mío. Él ya sabe lo tuyo, te va a entrenar.


Cierra los ojos y continúa tirando golpes ciegos.


Cuatro años después se enamoró de un compañero de trabajo. Intentaron vivir juntos, pero ella ya no era la misma y, cuando le pidió que dejara el gimnasio, rompió toda relación. Eso le costó el trabajo, esa extraña solidaridad entre los hombres cuando se trata de destrozar a una mujer… No fue importante, ella ya era fuerte y no se iba a quedar a llorar vencida. En un mes estaba de conserje en un hotel y comenzó a dar clases en el gimnasio. Enrique, el dueño, amigo de su hermano, siempre estaba atento y la apreciaba mucho.


La bolsa se vuelve roja y su impulso late acelerado como su corazón. Todo es del color de su sangre.


Para ambos fue un golpe la noticia de que el avión en que viajaba su hermano había caído en la cordillera. Impensable. Esa pérdida casi destroza la familia y culminó con un infarto para su madre. Épocas oscuras.


Golpea y oculta las lágrimas con un roce de los guantes.


La familia recibió una importante suma como indemnización, lo que le sirvió para comprar un pequeño local e instalar su negocio. Eduardito tenía ocho años y las cosas parecieron calmarse.


Ya no siente las manos, lo suyo es sólo un accionar mecánico.


Al tiempo apareció Ariel. Simpático y amable. Dos años después vivían juntos y había un nuevo bebé en la casa. Los doce años de Eduardito (ahora era Dardo para los amigos) no congeniaban bien con el nuevo hombre de su madre.


Comienza a golear con menos fuerza… en forma rítmica. Le duelen los brazos y el alma…

La cosa siguió por el camino vivo. Niños creciendo, relaciones desgastándose… tensiones aumentando.


Sigue pegando, pero ahora ya no importa el dolor de sus brazos, importa su rabia.

Una tarde sucedió lo inevitable, los dos hombres de la casa se enfrentaron. Celina llegaba del negocio, desde la calle escuchó los ruidos y no tuvo dudas de que su pareja y su hijo se habían trenzado a trompadas. Los nervios hicieron que la llave no encajara en la cerradura, que todo se volviese lento. Un siglo le pareció a ella ese tiempo… entrar, tirar el bolso, correr al comedor para detener la pelea. Cuando por fin llegó, la imagen le estrujó el estómago, Dardo estaba en el suelo, el labio roto, salpicado de sangre. Se abalanzó contra Ariel y él, de un manotazo, la tiró contra la mesa. Fue suficiente.

Celina sigue golpeando la bolsa con precisión y frialdad. Para ella, esa bolsa tiene la forma de un hombre. Tiene el olor de la sangre de su hijo…


Celina se repite: Yo puedo… soy fuerte.


Calmada, se quita los guantes y parte hacia las duchas. Bajo el agua pasa revista a las cosas que va a recoger en su casa para llevar al hospital. Es otro cierre, el definitivo. Va a dejar las cosas en la guardia, no quiere verlo. Además, todos saben que Ariel fue atacado por la pandilla del barrio… Jamás confesará quién lo destrozó a trompadas.

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