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UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE, DE JUANA M. RAMOS

Berta Lucía Estrada

Crítica Literaria



Una conversación pendiente, de la poeta Juana M. Ramos, editado por Nueva York Poetry Press (mayo-2025; 204 páginas), contó con la curaduría de Marisa Russo y Francisco Trejos. Es una edición bilingüe en castellano e inglés que lleva la firma de Diana Conchado. La fotografía de portada es del poeta y editor Melvyn Aguilar. Un libro cuidado en todos los sentidos.

 

Una lectura altamente sugerida.

 

 

A modo de introducción

 

La primera sensación que nos hace vibrar de este libro es su título, aspecto que desarrollaré a posteriori. Y la segunda, es cuando lo abrimos y constatamos que la colección a la que pertenece es un homenaje a la gran poeta Olga Orozco; algo que no parece ser anodino ni tampoco una coincidencia. Y de llegar a serlo, sería una coincidencia muy afortunada ya que su poesía está alojada en un antiguo arcano que viaja silenciosamente de memoria en memoria.

 

Se trata, además, de una poesía intimista que desentraña cada poro de la piel de las poetas, les desnuda el alma mostrándonos su fragilidad y al mismo tiempo su coraza y valentía ante el mundo que las bombardea, aún en sueños, con sus imágenes hostiles y a veces bastante crudas. Veamos:

 

Olga Orozco dice:

 

Aquí están tus recuerdos:
/este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
/tu nombre,/
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;/
el árbol familiar,/ su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, /tan cercana,
/en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
/y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,/
entre los matorrales de la sombra. (“Aquí están tus recuerdos”)

 

Mientras que Juana M. Ramos escribe:

 

Dicen que ese día

despertaste muy temprano

con la niña en tus recuerdos.

Pediste tu vestido nuevo,

maquillaje,

sentada en la sala

calmaste la espera

entre tus brazos.

“La niña prometió

que vendría,

llamó temprano esta mañana”,

les dijiste. (“La espera”)

 

En los dos poemas aparece la imagen de un recuerdo, se siente el calor de una mano que acaricia otra mano y casi que se escucha el nombre de la persona que llega a través de la evocación. Gracias a las poetas somos testigos de una infancia, que aunque lejana en el tiempo, se hace contemporánea gracias a su rememoración.

 

Recordar es esperar

 

Pero… ¿Qué se espera? Tal vez una imagen, un sonido, un aroma, una textura o un sabor. En el poema de Orozco podemos tocar el tronco del árbol de su propia niñez. En el de Ramos asistimos al dolor de la ausencia mitigado por la senilidad o por el Mal de Alzheimer que aqueja a alguien que está sentada en la que imagino una mecedora; lo que puede leerse como la pérdida de identidad. En este caso no de la persona que se ha ido (léase migrado) sino de la que queda en el hogar esperando su regreso. En los dos poemas encontramos un presente que se rechaza porque representa el vacío, la nada, la oscuridad. Así que las dos poetas se refugian en las palabras que les permiten coser un patchwork en el que pegan una a una las imágenes que de otra forma se perderían en el laberinto del olvido. No obstante, cabe decir que Una conversación pendiente es, ante todo, un libro sobre el exilio; y es esa temática a la que haré referencia.

 

Una conversación pendiente

 

Este es el título del más reciente poemario de Juana M. Ramos. La foto de la carátula es del poeta y editor Melvyn Aguilar; una imagen que nos instala inmediatamente en una cápsula de tiempo y que nos pone en la sala de un hogar de los años sesenta del siglo pasado. En ella observamos un sillón, como los que veíamos en las casas de nuestras abuelas; y al frente de él, un teléfono descolgado. En otras palabras, nos enfrentamos a una conversación interrumpida y por ende pendiente. ¿Por qué no se ha colgado la bocina? Podemos suponer que la persona que estaba sentada en esa silla, muy posiblemente hablando con alguien, decidió hacer una pausa para que el dolor no la aniquilara; así que decidió dejarlo descolgado para que por un tiempo no la volvieran a llamar. También podría pensarse que al descolgar el teléfono se ha optado por la privacidad y por el silencio; y por qué no, por la soledad. Para las personas de menos de cuarenta años es muy difícil entender la imagen de esta foto. Digamos que un teléfono descolgado era una forma de bloquear a alguien; sólo que al hacerlo necesariamente se bloqueaba a todas las demás personas que quisieran comunicarse con uno.

 

Y ahora pasemos a decodificar el título:

 

Umberto Eco contó alguna vez en una entrevista que cuando iniciaba un curso de creación literaria lo primero que les exigía a sus estudiantes era el título de la obra que pensaban escribir. Para él era claro que el título es la guía de la creación en cuestión.

 

Yo lo explico de esta forma:

 

En el título deben estar el logos, el pathos, la poiesis y el ethos.

 

Veamos:

 

Una conversación pendiente es el logos en toda su dimensión; con estas tres palabras ya tenemos el compendio del poemario e intuímos el tema abordado. Un título debe ser, en la medida de lo posible, una bitácora o una aguja náutica que le dé al lector desde el principio un norte para evitar que se pierda. Una conversación pendiente posee también la magia del pathos, entendido, por supuesto, como la capacidad de atrapar al lector, de subyugarlo, de cautivarlo. El lector se deja atrapar, no huye sino que se arrellana en el sofá. El título es también una poiesis que anuncia la iluminación de la que hablase Heidegger. En otras palabras, es una invitación a un viaje interior que nos permitirá conocer los vericuetos de la memoria de la poeta. Y luego está el ethos que nos deja saber que vamos a descifrar los secretos de esa conversación pendiente. O sea, es una red que la poeta teje en torno a la psíquis de la persona que tiene el privilegio de leer esta poesía intimista  en el sentido literal de la palabra. También nos anuncia que estamos al frente de un libro concebido con una unidad temática por lo que los poemas se concatenan los unos con los otros. Es decir, no son poemas sueltos que se ponen en un archivo con el único deseo de publicar un libro.

 

El exilio como tema principal de Una conversación pendiente

 

El poema que da inicio a este libro se titula “Caminante” y nos pone delante del tema que será el eje central: El Exilio, del latín exilium, vocablo que viene de exsul (desterrado); y que era explicado como arrancado del suelo. Por su parte, el vocablo exul significa el que se ha ido; en otras palabras, exilio. Por lo tanto, exilio viene de la palabra desterrado (el que se arranca de la tierra). Tampoco debe olvidarse que en griego exó significa allá y edó significa aquí. De ahí palabras como extranjero (que viene de allá) o endógeno (que es de aquí).

 

Caminante

que deja algo de sí

en el camino,

escucha el cencerro

que cuelga de un humano

quien ha extraviado

su humanidad,

pero sigue dando pasos.

 

No sólo desarrolla la temática del exilio sino la pérdida de identidad; nos muestra al migrante visto como El judío errante ; sin paz y sin destino fijo. O sea, una eterna condena. Lo que quedó atrás se pierde en la nebulosa, lo que está al alcance de la mano no lo satisface; además lo amedrenta. Lo que está por venir es lo opuesto a la seguridad de un hogar. Hogar entendido etimológicamente como “calor humano”. Me explico: Hogar viene del latín Focus (fuego) y representa el fuego de cada casa que no sólo ilumina y permite la cocción de los alimentos sino que da calor en las frías y largas noches hibernales. El Fuego es uno de los primeros símbolos que se convierten en deidades y por ende se le rinde culto; por eso también es símbolo de pureza; y gracias a él se expían las culpas que los cristianos llamarán mucho tiempo después “pecado”. La diosa del fuego era conocida en Grecia como Estía; en torno a ella se reúne la familia (epiestía) para conversar, comer y calentarse.  Epiestía significa, entonces, en torno al hogar.

 

Remontémonos ahora aún más lejos: El Hogar en griego es el Oikos -casa-; léase los bienes materiales que están dentro de sus paredes y el grupo de personas que lo habitan. Este concepto es anterior a la polis. El Oikos es el centro del poder que controla a la familia; tanto desde el punto de vista de su economía (en este caso agrícola y cría de animales) como el control de las personas que lo habitan. Esto puede resumirse en dos palabras: alimentación y afecto; y ya sabemos que el afecto es otra forma de alimento. Por eso mismo el exilio puede ser vivido como una catástrofe interior puesto que la seguridad alimentaria, en el sentido literal de la palabra, está en ascuas, en suspenso. Una especie de purgatorio, para utilizar un símbolo cristiano, que no siempre conduce al paraíso sino, más bien, al infierno; aspecto al que volveremos al final del ensayo.

 

Por eso Juana M. Ramos dice:

 

Caminante

te persiguen los demonios,

no puedes enfrentarlos

y huyes hacia ti,

das de golpes a tu puerta,

te encierras y sigiloso

observas desde ti

los instantes fugitivos,

embaucadores que en su día

devoraron tu confianza.

Parpadea la clemencia en tus ojos,

pero ya nadie te engaña,

ni la complicidad que destilan

los que callan,

ni aquel que edulcora la palabra,

se sienta en tu mesa

y comparte el vino y la sonrisa.

No hallas paz,

porque no la hay.

 

“Caminante” no es un poema que busque engañar con falsas esperanzas, no imagina días de reposo ni de paz consigo mismo. El poema “La Singer” nos remite nuevamente a la palabra anteriormente analizada: Hogar.

 

llevaron la Singer

y la trocaron

por unos colones

que al siguiente día

aplacarían las demandas

de nuestros estómagos.

Desde las miserias

que ahora me habitan

te agradezco

el esfuerzo cotidiano

que alimentó mi vida.

 

Este poema es una hermosa oda a la máquina Singer; me refiero a la máquina que independizó económicamente a miles de mujeres en América Latina, permitiéndoles el trabajo remunerado en casa mientras cuidaban de los hijos y del hogar. Muchas de ellas encontrarían la fuerza para dejar al marido maltratador y alcohólico o simplemente echarlo de la casa. Les permitió criar a sus hijos solas o bien contribuir a las finanzas familiares de manera significativa.

 

Luego, en “Una tarde de frío”, leemos:

 

En esta habitación agoniza el tiempo

y limpio las gavetas

(en el fondo una imagen

de la Calzada de los Muertos)

desuello las paredes

en un arrebato minimalista:

solo quiero una mesa y una silla.

De tanta ciudad hoy lloran los pájaros

buscan el árbol centenario.

Los campanarios siempre me gustaron,

insisto.

 

El título del poema enuncia el destierro, no hay calor ni fuego sino frío. Podemos vislumbrar un viento gélido que penetra los huesos y que en cierta forma dibuja la temible soledad de la gran ciudad. “Una tarde de frío” es la evocación de un mundo perdido e irrecuperable.

 

Lo que nos lleva a la lectura atenta de “A esta hora :

 

…una mujer

se aferra a la memoria,

se mece lentamente en

los versos que ha tejido

¿tal vez de madrugada?

Una mujer se dibuja en mis manos

me recuerda que aún hay sitio

para el asombro.

Y tiembla la letra empeñada en contenerla,

y tiemblo y contengo mi empeño

en deletrearla.

Una mujer atraviesa

las ciudades en mi pecho

susurra árbol, raíz, flor,

dice mis ojos deslumbrados

escribe el canto de un pájaro

temido y temeroso.

 

Esa mujer lucha contra el olvido; como Penélope se sienta al frente de su telar y teje sus versos con el fin primordial de conservar la memoria y de no morir en el intento. La muerte, la verdadera, ocurre cuando muere la última persona que podía recordar nuestros nombres. La poesía, me refiero al acto creativo, permite evadir la verdadera muerte. Por eso Pénelope es la ancestra más cercana de Sherezada. Entre las dos derrotan al olvido y se hacen no sólo eternas, sino referentes de la vida que continúa; así la hoz las persiga en sus aposentos privados donde los únicos hombres que pueden entrar son el Califa Shahriar y Ulises.

 

En “Las grietas” constatamos esta danza alrededor de la hoz:

 

Escucha una alarma de fuego

a lo lejos, no se inmuta

(dejó de hacerlo hace

ya varias quejas).

Comparte la cama

con todos sus inconvenientes,

se acuesta con todos sus dilemas.

Fragua una salida,

pero solo la fragua

no se atreve a ejecutarla:

por ahora.

 

Es un viaje a la mejor manera de Los Simbolistas; me refiero a que es un viaje interior en el que la poeta se rebela como una exiliada en sí misma; a la vez que reconoce en la derrota su verdadero sino y avizora la opción del suicidio. No como escape, ni fuga, ni muchos menos cobardía, sino como la senda necesaria que recorre el caminante del que ya habíamos hablado. Por eso se deja caer de cuando en cuando por las grietas que aparecen en lo más recóndito de su existencia.

 

 

Como en toda existencia no todo es gris; también hay luces de bengala que iluminan los agujeros por los que se cuelan los días mustios. Veamos:

 

Las bondades del metro

 

Se percata de la curiosidad

que destilo,

de la urgencia de un encuentro

de pupilas,

del temblor insistente

de mi pierna izquierda

(la que siempre me delata).

Vierte una sonrisa.

Se entera de que hay

en el vagón calor humano.

De pie frente a la puerta,

ya en la puerta sus pies

procurando la salida.

Yo detrás.

Va dejando migas de sonrisa

que sigo con prudencia

entre el hervor de gente.

El sol se estrella en la escalera.

A la boca tumultuosa

del metro me ha sacado,

como gota que derrama

el vaso.

 

El subterráneo, esa otra grieta que se abre todos los días ante los caminantes de las grandes urbes, puede ser un lugar hostil; aunque también puede ser un refugio que brinde la posibilidad de soñar, de añorar. También puede ser una grieta amable que abre su pequeño umbral al encuentro de una nueva vida o del paraíso perdido. Un paraíso al que se acude a través de las puertas del deseo; si éstas se abren, y si se cruza el umbral, muy posiblemente, se encuentre el árbol de la vida; así ese encuentro sea efímero. No hay ningún paraíso que sea eterno. Aunque también es verdad que mientras el deseo perdura se tiene la sensación de vivir la eternidad.

 

Y cuando la sensación de eternidad se consume en su propio fuego aparece el otro hogar; ese que nos nombra y nos identifica:

 

Secreto a voces,

mi nombre,

en tu boca,

impronunciable

e inconveniente,

zona inhóspita,

crujido,

escombros.

Prueba contundente,

mi nombre,

en mi boca,

cinco letras

que me amparan,

rincón

en el que me acurruco,

viga, techo, tabique,

puerta clausurada,

casa

en la que no entrarás

de nuevo. (“Conjuro”)

 

El nombre es visto como identidad, como refugio, como reencuentro con el amparo; y a la vez como muralla que divide, que aleja, que prohíbe y en el que se avizora el olvido. Y ya analizamos lo que es el olvido: otra muerte, posiblemente la verdadera.

 

Este poema se concatena con

 

CUARENTA Y TRES AÑOS

(10 DE OCTUBRE DE 2013)

 

Una mujer de cuarenta y tres años,

orilla, barranco, caída;

harta de los mismos malestares,

de escuchar la misma queja

con sus respectivos gestos,

reitero, de la temprana

decrepitud de su cuerpo,

Una mujer de cuarenta y tres años

vive con la puerta

enteramente abierta,

porque aún se sabe digna

de que entren en su casa.

 

La poeta sabe que su nombre todavía puede y debe ser pronunciado por otros labios; sabe que todavía su cama puede albergar a otro cuerpo para combatir el frío de las largas noches hibernales. No todo exilio es sinónimo de caída. Así en “Heredera” nos diga:

 

un absurdo miedo

a las mudanzas,

la hebra que a diario

me remienda,

el “yo no como aquí”

 

Aunque esa sensación de pérdida se diluye momentáneamente en un hermoso poema titulado “Dicen”:

 

Dicen los que saben

que no está más de moda

escribir sobre luciérnagas

que hay que poner mar

entre la voz y la nostalgia

que es preciso insistir

en el polvo y la ceniza

que de vez en cuando

es conveniente desatarse

del mástil e ir tras la sirena

que nunca está de más

bifurcarse en el camino

o embriagarse

con la sombra del eucalipto

que es imprescindible

en el tormento

gritar “puerta” “ventana”

que el nudo en la garganta

ha pasado a ser

problema del cuchillo.

 

¿Cómo no pensar en  El jardín de senderos que se bifurcan? Ese prodigioso cuento de Jorge Luís Borges que habla sobre el Tiempo, sin nombrarlo, y donde, además, explora la idea de diversos tiempos y diversos mundos.

 

 

En “Cypress Hills” desarrolla aún más esta concepción del Tiempo:

 

Cipreses, cruces, mausoleos,

flores entumecidas

que vigilan la última morada,

una voz araña las rejas

de una escalera decrépita,

un hombrecillo lánguido

en una caseta achacosa intuye,

con envidia,

dos bocas temblorosas,

primerizas, a punto de dar a luz un beso.

Arriba, con el cansancio de un siglo,

el tren, curioso, lo observa todo

como por encima de su hombro.

En la acera opuesta,

ahí donde reposa el camposanto,

una gacela esquiva, herida de beso,

huye de una dulce muerte.

 

La poeta sigue explorando la idea abstracta del Tiempo; a la vez que hace de un tren, que pasa día a día por el mismo lugar, un personaje que se convierte en testigo mudo de lo que ocurre en el cementerio que ve a través de sus innumerables ojos -me refiero a las ventanas de sus vagones- siempre abiertos y siempre atentos.

 

Y llegamos a “Una conversación pendiente”, el poema que da el título al libro, y con el que Juana M. Ramos comienza a cerrarlo:

 

Quedó una conversación pendiente,

la de las tres de la tarde,

hora propicia para confesarse,

para romper los silencios,

para desenterrar la cabeza

y hallarse en las pupilas,

para traicionar la irascibilidad

que aún se cuece pedazo a pedazo.

 

Una conversación inconclusa que  la poeta busca recomenzar cada día a las 3 p.m.; sin que nunca logre conseguirlo. Es un poema sobre la incomunicación humana, y en cierta forma la imposibilidad de comunicarse consigo misma. Una conversación que se torna “herrumbrosa, encaprichada y harapienta, enjaulada en el pretexto de nuestros precipicios”. En cierta forma se concatena con esa multiplicidad de Tiempos de los que hablaba Borges; un tema tan en boga hoy en día para los estudiosos de la Física Cuántica y por los astrofísicos y filósofos como Aurelien Barrau.

 

En “La distancia” esta sensación de multiplicidad de Tiempos se hace aún mas clara:

 

Mi madre

apenas de seis años

sentada al lado de

María León Vásquez,

su abuela,

recorre paisajes verdes,

otros polvorientos

que le ofrece

la somnolienta ventana del tren

que le enseñó de distancias.

Mi madre,

de cuarenta y cinco años,

sentada al lado de

un extraño,

recorre las entrañas del Imperio,

las ventanas apretadas no le muestran

más que sombras y siluetas,

va en el tren

que la ha vuelto

distancia.

 

Una vez más el Tiempo se desdibuja, se hace atemporal o bien se bifurca en otros tiempos y en otros lugares. La distancia deviene un lugar geográfico; así no se pueda ubicar en ningún mapamundi. E inmediatamente leemos “Lo que quiero”, un poema que es una extensión de “La distancia”:

 

Hartazgo de ciudad.

Una madre y un perro

una nueva despedida

para por fin soltar el llanto

un cuerpo, el que enterró

su ombligo en tierra infértil

es todo lo que quiero,

antes de cruzar el puente

el interminable puente.

 

No todos los puentes atraviesan ríos o avenidas. No todos los puentes conducen a un lugar específico; a veces, muchas veces en realidad, nos perturban y nos hacen perder el sentido de la dirección; por lo que hace de nosotras personas desaviadas; a veces, per saecula saeculorum. Y luego se encadena, uso esta palabra a próposito, con “No es recomendable”; veamos:

 

Pensar en la vejez

en esta ciudad neurótica

no es recomendable,

tampoco mirar

a los indigentes

a los ojos

o leer la palabra cáncer

en los letreros

que cuelgan de sus cuellos

No hay que perder noches,

tampoco días,

ni olvidar que afuera

nos espera un rumor

de aves

o un cuchillo atento

que habrá de cercenar

el día a día o las fauces

de esta urbe insaciable

que a plena luz

nos engulle y nos vomita

con las sombras

 

Este poema, más que dibujar el derrumbe de la vida, nos habla del desmoronamiento y del fracaso de la existencia humana. Es un poema que hurga en las entrañas de la miseria humana. Aquí no hay divinidades salvadoras. Aunque si hay una deidad: La Ciudad vista como un enorme hueco que succiona, atrapa y ahoga. No hay mañana ni tampoco esperanza. Lo que viene a dilucidarse en el poema “Gajes de la vida”:

 

En días como este

afloran propensiones,

se es proclive a deteriorarse

o a ampararse en los excesos,

tal vez es solo déficit de hierro

o el "Ah de la vida,

nadie me responde",

de ahí la predisposición

a la tormenta.

Sé algo con certeza,

es mi día de mierda,

solamente mío y de mí,

el que me da el derecho

de buscar la cueva.

Lo mejor es padecerlo

sin remilgos

ni melindres.

 

Un poema metafísico en el sentido literal de la palabra. Aquí no hay ilusiones vanas; sólo la confirmación de una condena. No hay espacio para salvaciones más allá de esta casa llamada Tierra. Aquí está el paraíso cuasi invisible y raramente encontrado por sus efímeros habitantes; en cambio, cada uno de ellos se enfrenta día a día con la parte del averno que le estaba destinada. Tal y como Dante nos lo anunció hace ya setecientos años. El mismo Infierno del que nos habla Raúl Zurita. Por eso, en “Tu recuerdo”, la poeta nos dice:

 

Una carroza estridente,

pelucas de colores,

tacones, lentejuelas,

collares, bocas pintadas

desfilan bajo el acecho

de la ley y del orden.

Una reina desvencijada,

platillo fuerte,

agita su mano busca eco

entre los curiosos comensales

que la devoran,

unos con aplausos,

otros con murmullos.

 

Somos eternos caminantes ocultos bajo máscaras, pelucas, maquillaje y sonrisas falsas que tratan de disfrazar El Mal del Siglo que creíamos desaparecido con Alfred de Musset y que Charles Baudelaire denominó Le Spleen. Esto es algo que Juana M. Ramos, la poeta que analizo en este ensayo, comprende muy bien.

 

¡Felicitaciones Juana M. Ramos! Es un gran placer estético y límbico haber leído y estudiado Una conversación pendiente; al que le auguro una larga vida.




Berta Lucía Estrada Estrada (Colombia, 1955) es escritora, ensayista, poeta, dramaturga, antologadora, crítica literaria y de arte. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado diez y seis libros, y con Floriano Martins ha escrito cuatro obras de teatro, dos novelas cortas y un poemario. Ha recibido seis premios de poesía.


Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en las revistas Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura (Brasil) y en publicaciones de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná – UNIOESTE, Revista Acróbata (Brasil), Esteros (Uruguay), Revista Crear en Salamanca (España), Blanco Móvil (México), Nueva York Poetry Review, La otra (México), Altazor (Chile), AErea (Chile y España) y Aleph (Colombia). Varios de sus libros pueden leerse en versión integral y gratuita en la Colección Libros Imposibles de EntreTmas Revista Digital y Agulha Revista de Cultura.


Es colaboradora del espacio Palabra de Poeta del programa de radio “Pegando la Hebra”, dirigido por María Vicenta Porcar Pedro (Valencia-España), en el que también dirige el espacio Poliedros dedicado a entrevistas y a la presentación de libros. Ha sido traducida al francés, portugués, rumano, griego, italiano e inglés.


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